Manuel Garnica nació en Granada hace 32 años, pero su acento no es andaluz. Con solo un mes, su padre, policía de profesión, fue trasladado a Valencia y toda la familia cambió de residencia con él. Aunque se desconoce con qué capacidad visual nació, sus padres intuyeron que tenía algún problema cuando, con solo dos años, notaron que, en lugar de buscar con la mirada los juguetes que se le caían al suelo, rastreaba hasta encontrarlos. Poco después, le fue diagnosticada una retinitis pigmentaria, enfermedad degenerativa de evolución lenta que empieza afectando a la visión nocturna para mermar con el tiempo el campo y la agudeza visual hasta, en fases avanzadas, reducir la visión a destellos de luz o acabar en ceguera. En el caso de Manuel, su capacidad visual se mantuvo en niveles aceptables hasta cumplir los nueve años, momento en el cual empezó a aprender braille para poder continuar sus estudios. "Fue una pérdida de visión muy fuerte en muy poco tiempo, un día salí del colegio leyendo y al día siguiente no era capaz de ver las letras", explica. Deportista por naturaleza, practicó balonmano y baloncesto hasta que sus ojos le obligaron a dejarlo. En ese momento, cambió el balón por unas zapatillas de atletismo y decidió empezar a correr. A punto estuvo de dedicar su vida a enseñar Educación Física, pero, sin dejar nunca de correr, decidió trasladarse a Madrid para estudiar los secretos de la fisioterapia en la ONCE, especializándose en el tratamiento de discapacitados. En Madrid iniciaría una relación sentimental con una compañera de Universidad, también invidente, con quien se trasladó a vivir a Córdoba. Encontrar trabajo no fue fácil. "Al no poder conducir, hubo varios empleos que se torcieron", recuerda, pero con empeño consiguió su actual puesto en la residencia Frater. Ocho años de novios y dos de casados más tarde, poco antes de los Juegos Olímpicos de Pekín, Manuel y su actual ex se separaban, a pesar de lo cual no quiso volver a Valencia. "A nivel personal, hacer una carrera universitaria, colocarme y vivir tranquilo era mi reto, así que cuando lo conseguí, ni me planteé empezar de nuevo en otra parte". Su mirada en ese momento estaba puesta en Pekín y consiguió clasificarse para estar allí. Sin embargo, su mayor satisfacción deportiva la ha vivido este año, en el Mundial de Atletismo de Nueva Zelanda, donde obtuvo un cuarto puesto acompañado por Joaquín, el guía que le acompaña en las carreras desde el 2008. "Entrenamos tres o cuatro horas diarias y nos compenetramos muy bien", afirma seguro. Y eso que correr con lazarillo y solo un 2% de visión no es tarea fácil. "Cuando no corres en pistas cerradas sino que lo haces en maratones o carreras populares hay tropezones y muchas caídas, sobre todo, en los pasos de cebra elevados", comenta sincero. Manuel cuenta con ello, así que "cuando te caes, solo te queda levantarte y seguir corriendo".