Antes y después de la guerra incivil la Diputación Provincial de Córdoba subvencionó o becó a jóvenes artistas en ciernes, casi siempre de valía, como puede comprobar quien recorra los salones, pasillos y recovecos del palacete provincial, en cuyas paredes hay colgados numerosos cuadros con muy buenas pinturas, de las primeras fechas de sus autores.

Algunos no llegaron a cuajar y otros fueron truncados cuando empezaban a estar hechos, precisamente por la ferocidad fascista contra la cultura que desencadenó aquella guerra, que algunos tuvieron la desfachatez de llamar cruzada. Es el caso de Enrique Moreno Rodríguez , que pensionado en París y Roma en sus años de formación, se posicionó en Córdoba en la vanguardia más inteligente del arte y de la cultura. Lo que fue su demérito, y la causa de que en septiembre de 1936 fuera fusilado por los autoproclamados nacionales.

La barbarie fascista dejó vacantes con esta muerte las plazas de profesor de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios y la de modelado en la Escuela Normal de Magisterio y, ya de paso, truncó la carrera, que iba siendo espléndida, de uno de los mejores escultores que Córdoba ha dado. Cuando lo fusilaron Moreno contaba treinta y seis años de edad.

En aquellos años de su juventud, en los que la mejor cultura había empezado a ser compartida por el pueblo, el escultor era popularmente llamado "El Fenómeno", si bien cabe suponer que así se le conocía tanto por su obra escultórica como por su brillantez dialéctica, espléndida en las tertulias que frecuentaba muy a lo cordobés. En su caso, la del café "La Perla" (el de las cristaleras modernistas de ángeles) y la del restaurante de los curas hermanos apellidados "Bruzo". En una de ellas nuestro gran filósofo e inmejorable escritor dijo de sí mismo: "Cuando Enrique Moreno habla, Ortega y Gasset escucha".

Ya sabemos que los jóvenes escultores tienen mucha obra en materia provisional, escayola normalmente, porque llevar la obra a la definitiva, mármol o bronce, cuesta mucho dinero. A la muerte de Moreno quedaron espléndidos retratos, cabezas, que en la mayoría de los casos los descendientes de los retratados han llevado al bronce: Rogelio Luque, Rafael Castiñeira, mi abuelo Pedro Mir ...

De este gran escultor hemos visto alguna obra en, por ejemplo, la exposición colectiva organizada por el pintor y profesor Zueras hace bastantes años. Pero siempre estamos a la espera de una gran exposición antológica que lleve ante el público la obra reunida de este artista y su entorno, y al libro catálogo, que guarde sus imágenes a perpetuidad en bibliotecas y archivos.

Sabemos que el hijo del autor, que vive en Méjico, tiene entre manos algo. ¿Un libro quizá? Desde aquí, porque haremos que le llegue este artículo, le animamos a que culmine sus proyectos.

Maravilla que en la Córdoba mayoritariamente cateta, y solo aislada y heroicamente culta de anteguerra, surgieran las obras de este interesante autor, en las que se produce una milagrosa síntesis del cubismo y del expresionismo de escultores del Este, aunque al espectador sencillo las obras parezcan sencillamente naturales.

Sin salir de la provincia de Córdoba pueden verse los monumentos al poeta Manuel Reina en Puente Genil y al pintor Antonio Palomino en Bujalance. En nuestros Jardines de los Patos puede admirarse el busto al músico Martínez Rüker .

Y también en Córdoba capital se puede gozar y sufrir profundamente ante el monumento en mármol al músico Eduardo Lucena , situado en la plaza de Ramón y Cajal. Gozar de la pureza y elegancia del retrato de cuerpo entero del músico, cubierto con una capa tan cordobesa como exquisitamente trazada.

¿Sufrir al mismo tiempo? ¿Cómo y porqué?

Porque los vándalos, hermanos en necedad y violencia de quienes fusilaron al autor, han vuelto a romper la nariz de la estatua del músico, que más o menos satisfactoriamente habían reparado los hermanos Rueda después de otra agresión vandálica, igual, igualmente indignante, que la cometida hace pocos días.

¡Vándalos al paredón! Así diríamos si fuéramos como ellos.

* Abogado y escritor