Ana Julia Quezada, acusada de la muerte del Gabriel Cruz en febrero del 2018, se sentará hoy en el banquillo y tratará de convencer al jurado popular de que, frente a lo que dice el fiscal, no hubo alevosía ni actuó de forma «fría y premeditada», sino que la muerte del niño se debió a un accidente. De ello depende que pase el resto de su vida en la cárcel, ya que la acusación pública reclama para ella prisión permanente revisable por un delito de asesinato y otros dos de lesiones psíquicas a los padres del pequeño por la simulación que hizo durante diez días, llegando a participar en la búsqueda del menor. Su defensa estima que se trató de un homicidio involuntario y solicita tres años de prisión o diez si se considera homicidio doloso.

Quezada deberá atender al escabroso relato de las acusaciones, que dibujan el perfil de una mujer calculadora. «Simuló un estado de aflicción, mostrándose (…) compungida y apesadumbrada, alentando los ánimos de los familiares, involucrándose en las batidas de búsqueda», reprocha el fiscal. Resalta que, ya con el cadáver de Gabriel en su maletero, «profirió durante el trayecto expresiones carentes del más mínimo sentimiento de humanidad».

Rechazo en prisión

En su estancia en prisión, donde ha constado el rechazo de sus compañeras, Ana Julia mandó una carta a un programa de televisión insistiendo en la versión del accidente, la que confesó a los policías, y pidiendo perdón a la familia el menor. «Me asusté mucho, el miedo te bloquea y actué así. No fui lo suficientemente fuerte como para decirle a mi pareja, a nadie, lo que había pasado y, poco a poco, me fui metiendo en una bola cada vez más grande», justificó.

Gabriel salió de casa de su abuela paterna en Las Hortichuelas para ir a jugar a casa de sus primos. Según la Policía, Ana Julia le abordó en el camino y le convenció para que la acompañara a otra casa familiar de Rodalquilar. Allí, regañó al niño por coger un hacha y éste le respondió con insultos de «negra fea». Al intentar quitarle el hacha, le hirió en la cabeza y le tapó la boca «para que se callara».