A estas horas del verano, miren ustedes por donde, he visto escrita la palabra zanahoria, con su hache por medio. A ver si la academia me saca de dudas, aunque aún no haya pronunciado el discurso, que menos mal que puede ser leído y no como quiere Podemos en el Congreso, que los diputados deben decir, lo que sea, bien alto pero sabido, sin mirar a los papeles, como quien mira a un espejo. Menos mal que la zanahoria es muy buena para el verano. Fue un fruto de Disney, pero además mejora la vista, que buena falta hace, que ya saben lo que dice la copla antigua: «Si tengo los ojos verdes, ¿por qué veo todo tan negro?». Y es verdad. Pero la zanahoria no solo le va bien al conejo de los dibujos animados, sino que también vitaminiza -perdonen por el palabro-, refresca y el jugo es más bien casi un néctar de los dioses. Menos mal que tras de la zanahoria va el palo, que te arrea sin misericordia. Acaba de mencionarlo nuestro ministro Cristóbal Montoro, que es de Jaén, y del que recuerdo siempre aquella foto de niño, con un pantalón roto, un tirante de trapillo, una camisa vieja y aquellas alpargatas, que si eran de cáñamo eran de niño rico, y si de pobre, eran de esparto. En fin, siempre un punto de memoria. Y luego a ver qué dice mi agenda, que siempre está la alforja llena, a ver.

Paco Solano me llama desde Las Jaras, que ya es tiempo de verano. Y le pregunto qué es lo que está escribiendo o si está reuniendo cosas antiguas, que no es lo mismo que viejas: «Siempre estoy trabajando en alguna cosilla», contesta. Y me viene a la memoria aquella vez que un grupo fuimos a ver a Ernest Hermingway, el gran maestro de todos, a La Vigía, cerca de La Habana, y lo encontramos en pie y escribiendo: «¿Maestro, que está usted contando? Y el viejo tan español fue y le respondió: «¡Mierdecillas, José Luis Castillo Puche, mierdecillas!». Cobraba un dólar por palabra y ya era Premio Nobel.

¡Ay, cuánto me viene al coco cuando me pongo a escribir! Claro que nadie en el mundo entero como nuestro Julio Merino, que ya lleva firmados ¡120 libros!, aunque muchos los publique él, que ya es mayor milagro aún. El que presenta estos días es Via crucis de los escritores españoles. A muchos de estos grandes yo los entrevisté en persona. Por ejemplo, a José Martínez Ruiz, Azorín, a Agustín de Foxá, en su casa de cerca del Retiro, a muchos más del exilio. A ver si un día me decido y rompo a recordar.

He recibido un murciélago pintado a mano por el genio Francisco Poyato, en su estudio museo de Zuheros, con este mensaje: «Te envio el símbolo de Zuheros que el museo estudio entrega a las personalidades apreciadas y queridas por el museo y el pueblo de Zuheros. Un fuerte abrazo y salud». De su puño y letra. Dios se lo pague, maestro. Y a otra cosa. Por ejemplo, qué gran historia la de la barriada de Santa María de Trassierra, con su leyenda del amor de Colón, y la otra no menos buena, que es la de Góngora, tan nuestro.

Como en su tiempo avisamos, aunque ya el periódico nuestro lo había detectado y contado, desde París me llama un viejo amigo corresponsal para decirme, textualmente, al teléfono: «No sabes la que ha armado en esta capital de la moda, como es París, ese modisto cordobés de Posadas, que se llama Palomo Spain y que aquí le llaman el Almodóvar de la costura y trae a la modernidad de la costura de cabeza».

Me gusta mucho decir que una de las esculturas más retratadas del turismo del sur de España es el burro aguador de Granada, que para que ustedes lo sepan, y alguna vez ya lo he contado, es el famoso burro de Aurelio Teno, que es una joya de escultura. Y me gusta esa foto de El Pele, cantando el flamenco más profundo, vestido como un arcángel, todo de blanco, de la cabeza a los pies. Gerardo Olivares también, que es de nuevo noticia por su película Hermanos del viento. Si algún día tengo la alegría de poder contactar con él, le hablaría de por qué no hacemos, yo a pie, en lo que pueda, una serie sobre los siete niños de Écija, para el Canal Sur.

Me llaman mucho estos días, porque se acerca el centenario de nuestro Manolete, para que hable, cuente, lo que sepa, de ese agosto de Linares que huele a sangre vieja y a piel del toro Islero. Nadie se atreve hoy a decir eso de «se trata de un nuevo Manolete». Nunca lo habrá como él, por más que muchos lo quieran. Recuerdo aquel día en México cuando le dije al torero Frasquito que solo se parecía al nuestro en lo físico, en el cuerpo, pero no en el alma. Y Silverio Pérez, el faraón de Texcoco, me amartilló, sentado en una silla de su finca mexicana: «Como él, no hay ni habrá nunca, ninguno como él, ninguno. Él era único». Cierto, viejo amigo.