-’El asesino de la regañá’, ‘El crimen del palodú’, ‘Un hombre-lobo en el Rocío’, veo que a usted le inspiran los títulos.

-Sí. De hecho, venía en el tren y estaba dándole vueltas, aunque no tengo siquiera el siguiente libro, y me ha gustado este título: El cortijo oscuro, ríe. Se lo cuento así, si lo publica, ya lo tengo apuntado.

-Pero a pesar de eso, le llaman el Rancio.

-Era una manera también de reivindicar que no tenemos que avergonzarnos de nuestra identidad, y que a veces ser tradicional no quiere decir que sea casposa.

-En su última novela, una pareja de cantantes sevillanos encarga a un abogado encontrar un antiguo disco.

-Se trata de la búsqueda de un objeto, que puede provocar que los derechos del hit mundial La Magdalena pasen a otras manos y que no son las legítimas. Imagínese. Una Guerra Civil es menos que eso.

-Su libro nos sumerge con humor en las diferencias entre madrileños y andaluces. Dígame al menos dos o tres de ellas.

-Pues los andaluces hablamos bastante mejor, sonreímos bastante más y también nos dispersamos un poco más. Y no utilizamos laísmos ni decimos «hemos quedado a ‘lar’ dos».

-Redactor jefe de la Selección Española de Fútbol, pero nunca lleva encima entradas para los partidos. ¿Tantas son las solicitudes?

-La verdad, imagínese cómo serán. Al final, acabas capeando y alguna sacas. Pero, bueno, por lo menos, de primera está bien marcar. Esto es como las primeras jugadas de los partidos.

-Usted es del Betis desde pequeño por su abuelo, pero consciente de que lo del Betis no es ganar.

-Mi abuelo decía que si el Betis alguna vez ganaba La Liga, se quitaba del Betis. Y hay gente que dice que eso es conformismo, y yo digo que somos expertos en decepción, y que eso es más útil que ganar un partido.

-Cuando firma títulos, algunos lectores se le acercan con banderas del Sevilla. ¿No le han partido ningún libro en la cara?

-(Ríe) Pues los escribo finitos por si acaso. Para que duela menos.

-Me extraña que no haya publicado ya una novela sobre el Betis y el Sevilla. ¿La empresa no le deja?

-Yo creo que es muy complicado de explicar el fenómeno Betis-Sevilla, porque en todos lados la rivalidad entre dos equipos de la misma ciudad es una rivalidad futbolística. Y creo que Sevilla es el único lugar donde es una rivalidad filosófica. No le voy a decir el bien y el mal, pero sí creo que tu forma de ser, tu personalidad, decide que seas del Betis o del Sevilla. Y de hecho, hay muchos amigos que les digo que son béticos aunque no lo sean.

-Dígame qué tópico le costaría más llevar al papel de la ficción.

-A mí me molesta muchísimo el tópico de la siesta y de que los andaluces somos flojos. Porque entiendo que la mejor manera de trabajar es con una sonrisa, y muchas veces eso se interpreta como que no estás trabajando al cien por cien. Los andaluces tenemos ese hándicap. Estás currando y estás divirtiéndote. Yo estoy trabajando pero es que además, lo estoy haciendo con cariño. Me va a salir mejor, y yo voy a estar más a gusto.

-«Las prisas no son buenas ni para elegir las tapas en un bar». ¿Es una de las sentencias que le guían en la vida?

-(Ríe). Yo me puse «Rancio» porque tiene las mismas letras que ración. Con eso se lo digo todo. En los bares es donde late la vida, y la vida tiene latidos pequeños que son tapas, y latidos grandes que son raciones.

-Esta última novela tiene el mismo tono de las anteriores, pero crea un nuevo personaje, Megías. Descríbalo en 140 caracteres.

-Megías es uno de los mejores amigos de Jiménez, pero, cuando salen por ahí, Jiménez se va antes. Megías se queda. (Ríe).

-«El gin yonic es una moda; el botellín, un sentimiento». Una declaración casi religiosa.

-Yo es que veo un botellín y veo el esqueleto de un buen rato. Un gin tonic lo pueden pervertir. Se puede echar romero, guisantes, esas cosas que parecen arvejones de las palomas. Pero un botellín, no. Un botellín es como el tiburón, que lleva años sin evolucionar porque es perfecto. Porque a un botellín qué le vas a hacer. Le puedes poner a una tapa de jamón al lado, pero no lo mejoras.