-Dieciocho relatos ilustrados que parten de las canciones más emblemáticas. ¿Qué dice aquí que no haya contado antes en sus canciones?

-Dice lo que no tuve tiempo de cantar. Hablando del tiempo, las canciones duran tres minutos o cuatro. El libro es infinito. Tienes que atreverte a escribir la palabra fin. Yo quería jugar con el libre tiempo, cosa que en mi trabajo habitual no puedo, y contar toda la verdad.

-De crío iba por los bares de Ferrol con más de un grupo. En Madrid tocaba en el metro. ¿Le costó acostumbrarse a los escenarios de los garitos?

-El escenario grande, el público grande, a veces es más difícil de conquistar. Sin embargo, creo que los grandes escenarios son la suma de los pequeños conciertos.

-La edición de este libro, ‘Más allá de mis canciones’, coincide con la gira por su álbum ‘Desde una ventana’.

-Así es. Trato de compaginar ambas cosas porque se suman. Primos hermanos o se parecen, pero no es lo mismo ser poeta que escritor de canciones. Yo no juego a ser poeta. No soy poeta. Aparecen poetas como Téllez, Ruibal, como García Montero. Pero yo no soy poeta, soy escritor de canciones que bebe todo cuanto puede de la poesía.

-Se repite mucho, dios. Siempre habla de su mar, de su Galicia. «Si hablase de otro paisaje estaría mintiendo». ¿No le abandona la morriña?

-Jamás. Este es mi estado de melancólica permanencia a mi origen, a mi raíz. Soy hijo y nieto de marineros. Donde me crié, mi ventana daba al mar. Mi jardín era de arena. Entonces, yo jamás me despegaré de Pantín ni de Ferrol. Ni queriendo.

-Marta Belvehí ilustra, en el libro, con luz, sus momentos grises. ¿Qué ha visto en su dolor que usted desconocía?

-Tal vez mi esperanza cuando yo creí que no la había. Yo creo que en los bares que frecuenté no había siquiera las musas que yo buscaba. Los poetas y los escritores malditos, que frecuentaban conmigo la noche, sí las encontraban. Yo, no. Ahora me encuentro en un café y en un amanecer enterándome de todo. No sé qué es lo que vio pero sacó una sonrisa a mi llanto.

-«No hay nada como enfrentarse a una hoja en blanco». ¿Así es ese reto?

-Los creadores de canciones esperamos y aguardamos a las musas. Que haberlas, haylas. Llegas a un hotel, con un vino de más, y te salen dos discos de golpe. Y luego, pues estás un año sin ser capaz de escribir nada. Otra cosa es mimar el oficio añejo de escritor. Y tú sabes, mucho mejor que yo. El levantarte a las seis de la mañana y olvidarte de hacer algo publicable, llorar el papel que escribes, romper 2.000 hojas sin estar satisfecho. A eso me refiero. A que por primera vez en mi vida traté de batirme a mí mismo, de ser capaz de estar a gusto con algo escrito por mí.

-Serrat, Sabina, Antonio Vega y otros. Pero siempre recuerda a Enrique Urquijo.

-Creo que fue de las personas más sensibles que ha habido en este país y en este mundo musical. Escribió: «Cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario». Nadie fue tan sincero.

-«De Madrid para arriba todo es norte», dice. ¿Cómo ve el sur?

-El sur es un planeta distinto al que frecuento. Creo que hay un humor elegante, la tierra más musical que he pisado, el que en marzo haya gente bañándose en el mar y cantando con una guitarra, sin camiseta, como sucedió en mi primer viaje a Cádiz. No es que sea un lugar distinto del país. Es otro planeta. Y es tan real y tan sincero. Y me atrae tanto que por eso le escribo más canciones que a mi propio norte. Hay quien se cabrea conmigo porque hablo más de Andalucía que de Galicia, sin ser andaluz.

-Esta frase es suya: «Aún no sé si el amor es un arte». ¿Por qué tantas dudas si es lo único que nos vuelve locos?

-(Ríe). Porque es tan destructivo. Porque sales repleto de vida y de cicatrices y encima vuelves. Entonces, no sé si es algo capaz de mudarte la piel o arrancártela en otras ocasiones. Debe ser considerado arte.