Al biógrafo Walter Isaacson (Nueva Orleans, 1952) le va la caza mayor. Es autor de las indagaciones más ambiciosas y completas que se han escrito sobre la vida de Steve Jobs, Albert Einstein, Benjamin Franklin y Henry Kissinger, y con todos procuró esquivar lo conocido de sus figuras públicas para centrarse en sacar a la luz la razón humana que los hizo excepcionales, el secreto piel adentro que los convirtió en únicos.

Ahora ha usado la misma brújula para hurgar en la vida de Leonardo Da Vinci, a quien muestra como un visionario de andar por casa -no como un superdotado llegado de otro planeta- en la biografía que acaba de publicar en la editorial Debate. Su conclusión es inspiradora: todos podemos ser un genio del renacimiento, es cuestión de que mantengamos los ojos bien abiertos y conservemos la curiosidad que teníamos de niños.

-El próximo año se cumplen cinco siglos de la muerte de Leonardo. ¿A estas alturas seguimos descubriendo detalles desconocidos sobre su vida y su obra?

-Sí, como la identidad de su madre, una campesina a quien hemos identificado recientemente, o lo importante que fue su oficio de escenógrafo en su carrera profesional, sobre lo que se habla poco. Leonardo empezó diseñando vestuarios y decorados para teatros, y de ahí surgió su interés por la ingeniería. Por ejemplo, su famoso prototipo de helicóptero fue fruto de su necesidad de tener un sistema para descolgar unos ángeles sobre un escenario. Acto seguido, hizo lo de siempre: preguntarse qué pasaría si. Y se puso a imaginar cómo sería un artefacto para que los humanos volaran.

-A Leonardo nos lo presentan en los libros de historia del arte. Su ensayo es una enmienda a ese encasillamiento.

-Sí, porque él fue mucho más que un pintor genial. Si analizamos las 7.200 páginas que dejó manuscritas, vemos que su labor científica estuvo íntimamente ligada a la artística. Es imposible separarlas. De hecho, él se consideraba tan ingeniero como pintor. Sus notas están llenas de comentarios técnicos sobre anatomía y mecánica que luego tuvieron una plasmación en sus pinturas. Kenneth Clark, el gran biógrafo de Da Vinci del siglo XX, dijo que le apenaba que hubiera perdido tanto tiempo con la ciencia porque esto le privó de pintar más cuadros. Puede, pero sin esos hallazgos no habría pintado nunca la 'Mona Lisa', que esconde todo un tratado de anatomía.

-Puestos a desmontar mitos, usted también cuestiona la imagen de superdotado que teníamos de él. Le pinta como un humano muy humano, incluso demasiado.

-Él no fue la persona más inteligente del renacimiento. De hecho, no dominaba las matemáticas, le costó aprender latín, era más bien perezoso y tendía a mariposear y dejar los trabajos a medias. Era como usted y como yo, no tuvo una mente superior como la de Newton o Einstein.

-Entonces, ¿cómo llegó a ser el genio que conocemos?

-Por su curiosidad. La genialidad de Leonardo consistió en no parar de hacerse preguntas a lo largo de su vida. En sus apuntes anotó tareas como: "Describir la lengua de un pájaro carpintero". O: "¿Por qué el cielo es azul?". Él veía un pájaro volando y estudiaba sus alas para tratar de imitarlo. No había nada que le resultara ajeno, le interesaba todo. En sus manuscritos hay hasta trucos para tintarse el pelo cuando empezaron a salirle canas. Él no fue el genio más inteligente de la historia, pero sí el más curioso.

-Zurdo, bastardo, homosexual, herético, vegetariano y procrastinador... El retrato que hace de él parece el de un inadaptado abocado a la marginalidad. ¿Cómo logró darle la vuelta a ese destino?

-En realidad, tuvo suerte de haber nacido como hijo ilegítimo, porque su padre era notario y si lo hubiera reconocido, le habría tocado hacerse notario igual que él y toda su saga. Esto le libró también de recibir una educación formal basada en enseñanzas de la edad media, dejándole el campo libre para ser autodidacta, que es lo que fue toda su vida. La imprenta empezaba a prosperar y en poco tiempo tuvo acceso a un montón de libros.

-¿Su biografía condicionó mucho su obra y su legado?

-En su caso, llama la atención su poca aversión al fracaso. A los 30 años, después de ser acusado de sodomía y de enfrentarse a su padre por abandonar varios encargos artísticos sin terminar, se marchó de Florencia a Milán y empezó de cero. Fracasó muchas veces, pero aprendió de sus fallos. No consiguió construir una máquina voladora ni un tanque, aunque los diseñó. Tampoco logró cambiar el rumbo del Arno, el río que pasa por Pisa, aunque lo intentó con Maquiavelo. Le criticaron por dejar trabajos a medias, pero esto le llevó a ser un perfeccionista, porque los mejoró más tarde, como hizo con la 'Adoración de los Magos' y la 'Mona Lisa'.

-¿Diría que fue un hombre feliz?

-Era coqueto y vanidoso, y seguro que disfrutó al verse reconocido como la persona más creativa de su tiempo, adorado por mecenas y reyes. Pero esto no le libró de atravesar varias etapas depresivas, sobre las que también escribió. Los dibujos del final de su vida, llenos de ángeles y demonios, muestran a una personalidad atormentada y temerosa. Si viviera hoy, seguramente le diagnosticarían algún trastorno psicológico y le recetarían medicación.

-A usted le interesan los mecanismos de la creatividad. ¿Qué ha descubierto sobre ellos estudiando el caso de Leonardo?

-La creatividad se fundamenta en la capacidad para descubrir patrones similares en expresiones y disciplinas distintas. Ver el parecido entre un remolino de agua y un rizo del pelo, entre los surcos que dibuja un riachuelo y los que traza una vena. Para detectar esos patrones, previamente debes sentirte atraído por materias muy diferentes. Leonardo tenía esa condición. Su 'Hombre de Vitrubio' es una obra de arte, pero también un tratado de anatomía y un ejercicio de matemáticas. Él supo relacionar esos campos porque le interesaban todos.

-¿Con ese olfato se nace, o se adquiere a lo largo de la vida?

-Con esa curiosidad se nace, y de hecho la explotamos mucho en la infancia, época en la que estamos abiertos al mundo y nos hacemos preguntas constantemente, pero luego se encargan de que lo olvidemos y nos centremos en lo que se supone que es importante, un gran error que solemos cometer padres y docentes. Leonardo conservó la curiosidad del niño a lo largo de su vida.

-¿Se le parece a algún otro genio que conozcamos?

-Comparte con otros grandes creativos de la historia su interés por saber de materias diferentes y hacerse preguntas sin parar. Como Benjamin Franklin, que amaba el arte, la ciencia, la diplomacia y también era inventor. O Steve Jobs, que adoraba la poesía tanto como la tecnología. El iPhone no fue el mejor teléfono porque sus circuitos fueran los más sofisticados, sino porque conectó de manera más empática con los deseos y las necesidades de la gente. Las humanidades resultan necesarias para ser creativos con la tecnología.

-¿Se imagina a Leonardo vivo hoy? ¿Qué diría de nuestro mundo?

-Estaría encantado con internet por la ingente cantidad de información a la que su curiosidad tendría acceso, aunque esto también le llevaría a distraerse, que era uno de sus mayores defectos. Estoy seguro de que disfrutaría explorando materias diferentes, como la tecnología y la belleza. Haría lo que hacen los innovadores de hoy en día: se dedicaría a conectar arte y ciencia. Se encontraría en el paraíso.

-¿Qué le preguntaría si lo tuviera delante?

-Leonardo, dejaste muchos trabajos sin completar, como la 'Adoración de los Magos' o los tratados de anatomía. ¿Los abandonaste porque te aburrías, porque no podías perfeccionarlos más o porque pensabas que más tarde los retomarías? Tardaste 16 años en dar con la sonrisa de la 'Mona Lisa' y retocaste los músculos del cuello del 'San Jerónimo Penitente' 30 años después de darlo por acabado, tras diseccionar un cadáver y ver cómo eran los tendones por dentro. ¿Por qué?-

¿Qué cree que respondería?

No lo sé, por eso querría preguntárselo. Creo que su objetivo no era terminar los cuadros para entregarlos al mecenas y cobrar, a él le interesaba más el camino que la meta. Steve Jobs decía que el viaje es la recompensa. Creo que Leonardo estaría de acuerdo con él.