Para convertirse en la nueva sensación del cine de autor, a László Nemes (Budapest, 1977) le bastó una sola película: El hijo de Saúl (2015), un espeluznante paseo por el campo de exterminio de Auschwitz que avivó el debate sobre los límites de la representación del Holocausto. En su segundo largometraje, Atardecer, que acaba de estrenar en las salas españolas, el cineasta húngaro vuelve a viajar a un tiempo y un lugar marcados por el caos, la paranoia y la sinrazón: la ciudad de Budapest en los prolegómenos de la primera guerra mundial.

-¿Qué le atrajo de la época en la que la acción de ‘Atardecer’ se sitúa?

-Especialmente, que se trata de un momento de la historia en el que la humanidad se encontró en una encrucijada. La sociedad era sofisticada y esplendorosa, y tenía un gran futuro, y pese a todo ello, de algún modo, empezó a aniquilarse a sí misma. A lo largo de los años siguientes se sucedieron las guerras y los genocidios y las dictaduras. Quise viajar a esa época para reflexionar sobre lo que pasó y sobre si podría haberse evitado.

-¿Siente que un siglo después, de alguna manera, nos encontramos en una situación similar?

-Volvemos a estar al borde del precipicio. Pienso, por ejemplo, en el amor ilimitado e incondicional que sentimos por la ciencia y la tecnología. Nos estamos convirtiendo en esclavos de las máquinas y día a día vamos renunciando un poco más a la libertad que se nos presupone en tanto que seres humanos. Estamos al borde de la autodestrucción, y no creo que seamos plenamente conscientes de ello.

-Rodar ‘Atardecer’ no le debe de haber resultado fácil, tanto por el tamaño de la producción como sobre todo por las expectativas que había puestas en usted tras el éxito mundial que cosechó con ‘El hijo de Saúl’. ¿Cómo se las arregló para mantener la calma?

-Ha sido un proceso muy arduo. Cada día de rodaje traía consigo nuevos contratiempos relacionados con los gigantescos decorados, o con los miles de extras, o con los caballos, o con las complicaciones derivadas de la puesta en escena que diseñé para la película. Aunque tengo que confesar que las dificultades me seducen y me inspiran muchísimo.

-Formalmente, ‘Atardecer’ se parece mucho a ‘El hijo de Saúl’. En todo momento la imagen permanece pegada al rostro del personaje protagonista, que está en permanente movimiento. ¿Por qué?

-Quise sumergir a los espectadores en un mundo personal y subjetivo, y asegurarme de que no tuvieran plena conciencia de lo que sucede, y darles la oportunidad de que descubrieran y examinaran la realidad a la vez que lo hace la propia protagonista. No me interesa el cine histórico típico, que nos ofrece una visión omnisciente del pasado. Algo que detesto de la mayoría de las películas que se ruedan actualmente es que lo explican todo y le ponen las cosas demasiado fáciles al público.

-¿Cree que al cine actual le falta experimentación?

-Absolutamente sí. Casi todo se basa en las mismas fórmulas narrativas y los mismos efectos dramáticos. Hace solo 50 años era mucho más fácil correr riesgos e innovar, había muchos más autores dispuestos a romper las estructuras habituales del cine. Por el contrario, hoy en día, la mayoría de los directores hacen sus películas con el objetivo de agradar a la mayor cantidad posible de espectadores. Yo, en cambio, sé que mis películas tendrán al menos tantos detractores como defensores, pero me gusta que sea así.