José Coronado está viviendo un momento dorado en su ya larga carrera de actor. Ha estrenado dos series, Gigantes y Vivir sin permiso, y se ha convertido en una presencia constante en cine y en televisión. Ahora es la estrella absoluta de Tu hijo, el nuevo largometraje de Miguel Ángel Vivas, en el que interpreta a un padre de familia que se enfrenta a la noticia de que su hijo adolescente ha recibido una brutal paliza que lo ha dejado en coma. A partir de ese momento, su personaje, Jaime, se introducirá en una espiral de violencia y venganza a ritmo de electrizante thriller nocturno en el que laten preguntas de una gran complejidad moral.

-Siempre se ha caracterizado por interpretar personajes fuertes y contundentes. ¿Cuál es el principal reto al que se enfrentó en esta película?

-Creo que es uno de los personajes más complicados que he hecho. Quizás porque es una película muy desnuda, sin artificios y eso la hace todavía más inquietantemente real. Es un hombre normal que se ve abocado a una situación extraordinaria que lo perturba por completo, y se perderá en la oscuridad, en terrenos que desconoce por completo.

-La película gira en torno al ojo por ojo. Moralmente resulta muy comprometida.

-Pone sobre la mesa temas complejos y lo hace invitando al espectador a ponerse en la piel de este hombre. La película tiene un objetivo, que reflexionemos hasta qué punto conocemos a nuestros hijos. Es un thriller muy entretenido que, al mismo tiempo, dialoga con el espectador para que se haga preguntas, que le sitúa en encrucijadas muy jodidas haciendo que se replantee su propia ética, sus principios.

-¿Cree que existe una brecha insalvable entre generaciones?

-Hay una enorme falta de comunicación. En mi época, los referentes eran los padres, ahora son los influencers. Mi generación tiene un gran rival que es la tecnología y los jóvenes viven sumergidos en ella. Nosotros no sabemos jugar en su terreno, nos perdemos, y ellos nos torean, saben cómo despistar y regatear. Al final, hacemos la vista gorda y nos refugiamos en nuestros trabajos para ser los mejores profesionales, pero un día nos damos cuenta de que no conocemos a nuestros hijos.

-¿Cree que estamos cada vez un poco más crispados?

-Absolutamente. Además, nos hemos radicalizado. Solo funcionan los extremos. Yo creo en los centros, en los pactos. Pero ahora solo queremos imponer nuestra opinión por encima de los demás. Y es agotador. Además, todo se malentiende. Si guiñas un ojo te pueden acusar. Vivimos en una sociedad complicada.

-Los políticos tampoco ayudan.

-Se gritan, se insultan, se faltan al respeto, en todos los ámbitos de la sociedad, y eso se convierte en el reflejo en el que se miran los menores.

-¿Qué le motiva a elegir un papel?

-Desde hace muchos años tengo mi método. Lo primero es la historia, que me toque. Luego, quién la dirige, porque el director es Dios y te puede encumbrar o hundir. Y luego el personaje. En este caso, la historia me pareció brutal, valiente y honesta en los tiempos en los que vivimos.

-Siguen de moda las series de televisión. Usted creyó en ellas desde el principio de su carrera.

-Cuando hice Hermanos de leche (1994), la televisión era un medio desprestigiado. Y yo pensaba, pero cómo va a ser un medio menor si lo ven seis millones de personas. Y al cabo de los años, todos los que me lo decían, están haciendo tele porque es más cool. Siempre he intentado hacer bien mi trabajo sin importar el medio en el que lo desarrolle.