-¿Cree que Juan Moya y Chema Veiga han hecho una buena radiografía de Ilegales en el documental ‘Mi vida entre las hormigas’?

-Es una radiografía muy precisa, casi una disección quirúrgica. Es la primera vez que se hace un documental tan crudo, donde la gente habla muy abiertamente, con una sinceridad aplastante y una gran crudeza. Ha funcionado muy bien en todos los lugares donde se ha proyectado. Ahora vengo de Argentina y Chile, donde ha tenido mucho éxito. También en México, Ecuador y Colombia. Ha tenido una proyección internacional, que es lo que pasa con todas las cosas que no reciben un Goya.

-¿Falta o sobra algo en la cinta?

-No es mi visión, pero es un documental valioso. La visión que tiene uno de sí mismo no es siempre la más precisa. Esta es la visión del grupo, y me incluyo, que tiene la gente, que hasta se sometió a una encuesta. Han hecho una recopilación de material antiguo y muy disperso, y también han recabado opiniones de gente allegada o no tan allegada al grupo, que componen una visión poliédrica que yo mismo no tengo y que me parece muy interesante. Es un espejo en el que me reconozco, al menos, parcialmente.

-Algunos testimonios le califican como bocazas, esquizofrénico, punki terrorista, inadaptado y hasta peligroso. ¿Es un rebelde sin causa?

-Probablemente, lo soy, pero la rebelión es precisa. Nuestro disco se llama Rebelión y es algo no solo necesario, sino imprescindible y, además, inevitable. La rebelión es una constante, por eso hemos salido de las cavernas y muchos humanos han perdido el derecho a devorar a otros. Si no, probablemente, existiría el canibalismo y estaría bien visto.

-¿Cómo resumiría la historia de Ilegales?

-Los Ilegales son como un fuego rápido, lo que pasa es que tiene tal cantidad de combustible que no ha acabado de consumirnos. Pero llegará un día en el que todo sean cenizas, de eso no cabe duda. Y las cenizas te invitan a reflexionar un poco. Todavía no hemos llegado a esa etapa, por eso no soy demasiado reflexivo.

-¿Le gusta acudir a las presentaciones de este documental, como hará hoy en Córdoba?

-Está muy bien que exista intercambio de conocimientos con la gente. Mi primer contacto con Córdoba no fue muy feliz, porque empecé ahí la mili en 1976. Luego, pude conocer la ciudad y me hechizó, pero la primera vez fue todo totalmente negativo. Hice un viaje de dos días en tren, nos dejaban en vía muerta cada poco rato, hacía un calor horrible…

-¿Y qué le cuenta al público? No me lo imagino de maestro de ceremonias.

-No cuento nada. Bueno, explico un poco de qué va la película, pero sin meterme en ella. Yo no soy el responsable de la película, y está muy bien hecha porque yo no me he metido en ella. De eso es de lo que informo primeramente. También le digo al público que lo realmente valioso es que no hayan querido hacer un publirreportaje, y eso lo han hecho muy bien. Es la visión externa de un grupo de individuos, y por eso resulta tan cruda y tan buena. Han hecho las preguntas con métodos casi policiales.

-Han ido a lo más profundo.

-Sí. Han ido buscando un poco de verdad, aunque yo siempre he dicho que toda la verdad del rock no puede contarse y, de hecho, todo no se cuenta. La vida de Ilegales es muy intensa, hay momentos hilarantes y también los hay muy crudos.

-¿Cómo se pasa del punk al bolero? ¿Cómo fue la época de Jorge Ilegal y Los Magníficos?

-Hay mucha música hispana que no se ha valorado, y esos caminos musicales denostados necesitan revisitarse. Fue una cruzada que le debíamos al público, incluso, contra su voluntad.