Sí, es la canción, la letra de la canción, parte de la letra de la copla aquella, de Manolo Escobar, que aún sigue viva y cantándola. Me gusta mucho escucharla y recuerdo que lo que está en mi memoria es lo que a veces me vale para ganarme el pan de lo diario. Es lo que más vale del tiempo que he vivido y donde algún día habré de ir, creo. Aunque ya saben que lo he dicho muchas veces. Lo que quiero cuando tenga que ver, es ceniza. Porque he sido llama, y hoy, si acaso, sigo siendo ascua, y en su consecuencia ceniza. Ya saben.

Viene todo esto a tiempo, porque cada día más me siento de donde vengo. De mi origen, que no es precisamente ni urbanita, ni marítimo. Aunque de ser de lo último me acerco más a oceánico. Quizá por eso he vivido en una isla lejana, Fuerteventura, autoxiliado en el momento más viajero de mi vida. Ahí está ese libro mío, que fue premio en Cuenca con Manu Leguineche de jurado y Alberto Vázquez-Figueroa. Libro que se llamó El Galeón de Arena, y donde la fotografía de la cabecera es aquella en la que en compañía de mis dos hijos mayores, entonces niños, se retrataron junto a su joven padre entonces, dentro del cráneo de marfil puro de una ballena inmensa que murió sobre la arena de la playa del náufrago, donde levanté entonces hace cuarenta años mi casa camarote, de náufrago, que es lo que sigo siendo en el fondo. Tanto es así que estoy rodeado donde escribo de los restos de mis naufragios. Sin embargo, de verdad lo que soy es un cateto, hijo del pueblo de Piñar, de los montes orientales de Granada, al pie de ese castillo nazarí, refugio final del último rey moro de aquella bien llamada tierra de caciques.

Bueno, pues iba a titular hoy el envío de este domingo con el niño malagueño todavía bajo tierra. Pobre niño mío, pobre niño nuestro, con el título de viejos tiempos de america, la pachamama. Que es como los hijos de los Andes llaman a la tierra en la que vinieron al mundo y en la que viven, conviven y sobreviven. A veces con la única riqueza de una papa. De una de aquellas que los españoles y los europeos de la conquista, trajeron a nuestro viejo mapa.

Y ahora me siento más que nunca del sitio de donde vengo. Y es por eso este titulillo de hoy. Quizá porque cada día remuevo con los que están allí, yo desde aquí, la tierra del olivar frente al mar en el que el niño Julen permanece cuando escribo esto, todavía. La tierra, la tierra, la tierra, a la que me gustaría volver. Tierra de Córdoba, digo, por supuesto, más bien que pasado, mañana. Mañana mismo, mañana. Eso sí, sin dejar de traer a nuestro ventanal, que el viernes tomó posesión de la presidencia de nuestro sur, a Juan Manuel Moreno Bonilla, al que desde aquí recibo con toda esperanza. Me gusta mucho su forma de estar, que es consecuencia de su manera de ser y le deseo lo mejor, desde este perol de hoy, que tanta, tantísima gente lee y aguanta con paciencia desde hace ya más de no sé cuántos años. Y decirles también que por arte de la coincidencia debo repasar viejas fotos que me llenan de nostalgia y de amor sin duda hacia lo nuestro, la tierra que nos parió.

Por ejemplo, esta foto que me trae la bellísima Cristina Gisbert, compañera mía, en la tele del sur, todas las tardes, y que me ha mandado un retrato, en blanco y negro, que son los mejores, con José Luis, el de su guitarra, en su casa del Brillante, cerca de aquella piscina que tenía en su casa, no heredada sino ganada con su voz, que tenía forma de su apellido de guitarra. Lo curioso es que él está sonriendo y como cantando. Y servidor es el que lleva, con ternura y compromiso, en las manos su guitarra. Gracias por el retrato que me llena de recuerdos.

Insisto en el tema de Alba, la preciosa hija de Manuel Díaz El Cordobés, que ya pertenece a la categoría, merecida, de los influencer. A mí me gusta muchísimo. Porque, ademas, se parece Vicky Martín Berrocal, su madre. De la que ha heredado su belleza. Igual que de su padre, el gran torero, hijo de El Califa, lleva su valentía. Y otra foto que me llega y me conforta también, con Mercedes Valverde aquel día de la entrega de un premio… cuando yo tenía algo más de pelo, poco, y aún podía decir cosas en voz alta.

Viejas fotos inolvidables que aún permanecen ahí en los álbumes, olvidadas quizá, y que a veces recibo como quien me recuerda todavía. Gracias. Y no quiero dejar de confesar en este día, que por algo he tenido cinco casas en Córdoba, que... ¡me gusta tanto Sierra Morena! Les tendré informados el día que me decida. Porque quiero plantar, quiero sembrar, tal vez porque no se ha apagado en mí, en la masa de mi propia sangre, aquellas cien encinas que un día sembré en los altos de Montoro, cuando aún tenía los sueños de la pachamama.