Es una institución viviente en Ciudad Jardín, tan querido por los parroquianos del San Cristóbal (la taberna cumplió medio siglo el pasado año) como por sus compañeros de la hostelería. Ha llegado el momento de la jubilación y José Salcedo ya saborea sus miles de anécdotas de 54 años de trabajo desde el otro lado de la barra.

-¡Pero si está en la taberna casi todos los días! Es más: solo falta los días en los que antes libraba. Como si tuviera aún el ‘piloto automático’ puesto.

-(Ríe) Pues es verdad. No quiero desconectarme, aunque estoy de otra manera, disfrutando. Como empresario no me he retirado. Sigue siendo la empresa de mi hermano y mía, pero ya se decidirá… Y aquí están mis dos hijos, José Luis y Pedro, desde hace 12 años. Son jóvenes, tienen fuerza y saben… Lo saben todo. Y creo que para mí, después de 51 años, ya está bien<b>.

-¿51?

-Más tres que me tiré con mi padre en los Olivos Borrachos, antes de abrir el San Cristóbal. Me quité de estudiar a los 13 años y… hasta hoy. Yo estoy muy agradecido a esta profesión, y soy un enamorado de mi trabajo. A la hostelería le tengo que agradecer mi mujer, mis hijos… Y estoy muy agradecido al público de Córdoba ¡Hombre! He tenido mis días malos pero…

-Pues no le imagino enfadado.

-Bueno… alguna vez. Pero ahora mismo no hay motivo. No recibo más que atenciones. Todo el que entra por esa puerta, bendito sea. Como decía mi padre: «Lo importante es que entren. Lo que se gasten es lo de menos».

-Le veo en forma.

-Me pude jubilar hace tres años, pero me encuentro físicamente bien, estoy a gusto… Pero ya en octubre cumplí los 68 y… hay que echar el freno.

-Cuando abrió el San Cristóbal, las ‘calles no estaban puestas’, pero en su caso es literal. Había calles de Ciudad Jardín que no existían.

-(Ríe) Salvo nuestra calle, que está exactamente igual, hasta con los edificios. Solo han remozado uno o dos. Pasamos de los años 70 y 80, que fueron buenísimos para Ciudad Jardín, yo creo que era el mejor barrio de Córdoba, a un tiempo donde el barrio se ha quedado viejo. Los que han prosperado se han ido a otras zonas, no tiene el gancho ni aquellas tiendecitas...

-¿Y qué opina de los planes para peatonalizar y relanzar el barrio?

-Yo creo que eso no va a funcionar. Se puede peatonalizar donde ya hay vida comercial. Pero una calle sin tiendas… va a costar mucho trabajo.

-El San Cristóbal también cambió.

-En febrero de 1967 mi padre lo puso como taberna y despacho de vino para la calle. Por eso es tan grande el armario tras la barra. Se vendía muchísimo vino para la calle, algo que se ha ido perdiendo. Yo he repartido arrobas y arrobas. ¡Madre mía de mi alma! Llegamos a tener cien botas en otro local. Cada tres semanas, a veces cada dos, íbamos a Montilla a por 200 arrobas de vino (3.226 litros).<b>

-Ahora dicen que se está recuperando el Montilla-Moriles.

-Pues yo no veo que vaya a más, con la pena de que el fino es el mejor vino que se puede beber, el más natural, el más sano. Pero no sé... algo habrá para que no esté funcionando. Y más en estos tiempos, donde hay mejor fino que nunca.

-La cocina sí que ha ido a más.

-Claro. Empezamos vendiendo tapitas y… tenemos una carta extensa de productos, buenos, buenísimos, con platos que nos han reconocido. Hemos sido siempre muy exigentes.

-Detrás de la barra le habrá tocado ser confesor de parroquianos muchísimas veces. Se sabrá todos los secretos de Ciudad Jardín, ¿no?

-Hombre, yo casi nunca tenía tiempo para nada pero… sí, he oído muchas cosas, y hemos visto de todo. Pero claro, es secreto.

-¿Qué consejo se le puede dar a alguien que empieza en hostelería?

-Somos personas de servicio, que trabajamos cuando los otros se divierten, y para eso... tienes que tener vocación. Por supuesto que sale gente muy preparada, pero la hostelería es constancia. Y la juventud (baja la mirada)… lleva mal lo de trabajar los fines de semana.

-Una pregunta indiscreta: ¿Qué le queda de pensión?

-Pues, lo que le queda a un autónomo.

-Ahora comprendo que siga en su propia taberna.

-(Ríe y no contesta).