Veo a Santa Cecilia, la patrona de los músicos, cuyo santo celebran hoy casi todos los pentagramas, representada en una escultura de Stefano Maderno, y en vez de disfrutar de los acordes del Mesías de Händel que me proporciona este impagable invento de YouTube me traslado al exceso de actualidad con que nos martillea el móvil con el clima de choque ideológico de la aprobación de la ley Celaà. Algo parecido al martirio de esta noble y santa romana. Muy propio, quizá, de una fecha que siempre evoca al dictador Franco, cuya muerte está asociada al 20 de noviembre, día en que algunos lloraron, los niños y jóvenes no fueron a clase y otros se emborracharon de dicha. Sin embargo, me quedo con la música y con las discusiones parlamentarias, que en democracia todo lo justo es discutible y posible, mientras que en aquella dictadura todos tenían que agachar la cerviz y humillarse, aunque fueran del bando de los ganadores. No se podía hablar en contra de Franco, ni de la Iglesia, ni de los militares, ni de los banqueros. Y había que arrodillarse ante el cura, no leer tebeos ni comer carne en Semana Santa y pedir favores, con la cabeza agachada, a quienes se creían dueños del pueblo por tener unas tierras que cuando perdieron su valor se tuvieron que ir a trabajar a Alemania. Ese tiempo al que quiere volver la extrema derecha, a la que muchos españoles votan y algunos políticos han sentado en su gobierno. Quizá por eso estemos en silencio, enfrentados a la pared, como se lamenta Rafael Mir, porque no hay tertulianos con los que tomarnos el medio de Moriles. Las calles son una soledad de peatones irreconocibles que asustan, incluso las de la Mezquita, cuyos turistas, en vez de en los cielos del paraíso del templo -que está cerrado-- se han quedado colgados en las nubes del OneDrive del móvil. Por el Paseo de la Ribera hay algunos restaurantes abiertos y me acuerdo de unas cuantas mujeres -aunque también hay hombres en ese estado-- algo pasadas de peso y pienso que estamos celebrando con exceso de calorías el décimo aniversario de la dieta mediterránea como Patrimonio de la Humanidad. Claro, que también tiene esa distinción el flamenco, para lo que hay que bailar, moverse y crear arte, que hace guardar la línea. Estamos con el sector de la hostelería y sus protestas. Pero, sobre todo, con la justicia con la que se debe tratar a sus empleados, a veces temporeros explotados. Una comida, una copa y un hotel son elementos de disfrute, que dan de comer al sector hostelero. Pero una clavada para el cliente y un mal miramiento hacia los trabajadores no se deben contemplar ni en los tiempos del más duro covid. Sería como volver a una dictadura… laboral. Pasamos por una librería de viejo. Y nos alegra su larga vida porque son establecimientos que venden imaginación. A pesar de las restricciones de la pandemia. Ahí enfrente, desde la Cruz del Rastro hacia el Arcángel, la ciudad ha instalado una atractiva exposición de uno de sus hijos más preclaros, Julio Romero de Torres, lejos del tópico. El cartel de la Feria de la Salud de 1897, con la Mezquita al fondo, está pintado, en el espacio del principio de la exposición, desde la Ribera, donde el artista colocaba en sus cuadros los exteriores de la belleza de sus mujeres. «Se dice por ahí que mi tipo de mujer es la morena, porque he pintado muchas. Pero hay algo que me sugestiona más que el color, un rostro de interés codiciable y un cuerpo todo flexibilidad». Casi al comienzo de la exposición Julio Romero rompe con el tópico de La morena de mi copla de Manolo Escobar «con los ojos de misterio y el alma llena de pena». Esa mujer en cueros que era la atracción de los reclutas de Cerro Muriano. La gran arboleda de la Ribera impide ver el río, al contrario que en Sevilla, donde todo es transparente junto al Guadalquivir. Este Julio Romero que rompe el tópico es un artista universal que pintó a la periodista Colombine (Carmen de Burgos, activista de los derechos de la mujer), a La chiquita piconera y a La Fuensanta --para quien sirvió de modelo María Teresa López, a la que le di un beso en el Hospital Los Morales después de hacerle una entrevista--, salió en los sellos de correos y en los billetes de veinte duros, expuso en Barcelona, Venecia, Chicago, San Luis, Lima , Buenos Aires y La Habana y fue acompañado en su entierro por la calle de La Feria por trabajadores «con el honroso uniforme de productor». Ese día también cerraron los comercios, teatros, cafés, casinos, bares y tabernas de Córdoba.