El titular no es mío. Lo he leído en una red social a alguien que preguntaba al mundo sobre los eufemismos que los europeos hemos construido para evitar llamar a las cosas por su nombre en un intento de que así pasen desapercibidas y nos dejen dormir tranquilos.

El drama de los refugiados, que siguen contando a diario los voluntarios, cooperantes y periodistas que llegan desde los campos (más de concentración que de refugio) instalados en Grecia, sigue vivo. Claudia Patricia Mora, que regenta un negocio de pescado frito en Córdoba, es la madre de una joven cordobesa que lleva más de dos meses en Tesalónica, incluidas las fiestas de Navidad. Según relata, su hija Camila, graduada en Traducción e Interpretación de inglés y árabe, trabajó en la recogida de la uva en Francia, como ha hecho otras veces, para ahorrar y poder viajar a Grecia, aunque deja claro que lo importante en este asunto no son ella o su hija sino los refugiados atrapados en los campos. No es la primera vez que Camila coge la maleta y se va para ayudar a otros, pero esta vez su madre está más agitada que nunca. «Cuando tiene un rato, me cuenta por el whatsapp lo que están viviendo allí, a temperaturas bajo cero, y estoy indignada, frustrada, sin saber qué hacer ante esta vergüenza que está pasando, no es posible que haya miles de hombres, mujeres y niños que viven en condiciones infrahumanas mientras las autoridades europeas siguen mirando hacia otro lado», lamenta mientras reclama a los medios que nos hagamos eco de lo que está pasando. «Camila está en un campo donde hay 700 personas». Ellos han tenido «suerte», el resto tienen que seguir adelante porque no hay sitio para más «y muchos mueren sin remedio», explica su madre con la voz rota. Claudia Patricia lleva media vida en España, pero es colombiana y sabe bien lo que se sufre cuando alguien se ve obligado a abandonar su país «y eso que lo mío al lado de lo que están pasando ellos no tiene punto de comparación», afirma.

Su hermana Nidia viajó en diciembre a Tesalónica porque su sobrina dio la voz de alarma a la familia porque hacía falta más ayuda, así que ha sido testigo directo de la situación. «Camila y otros jóvenes están colaborando con Intervolve, una oenegé local con la que trabajan a ritmo frenético todo el día para repartir alimentos, mantas, gorros, guantes, zapatos... los campos no están acondicionados para atender ni alojar a un volumen tan grande de personas, están desbordados y desesperados porque parece que el mundo se ha olvidado de que están ahí», afirma Nidia. En Tesalónica, una voluntaria escribe: «Mi peor momento es cuando saludo a Mahmoud y Ahmad mientras cierran la puerta detrás de nosotros. Y pienso que podría haber sido yo, tú, cualquiera... y me voy esperando que duerman bien, que no sientan frío». En Facebook, Intervolve muestra fotos donde aparecen los voluntarios, sonrientes pese a todo, cubiertos de nieve, dándolo todo. «Les llevan ropa y alimentos, pero hay que conseguir que Europa reaccione, que cumpla los acuerdos para que esas personas se reubiquen y vivan en condiciones dignas, como personas», insiste Patricia que, en su intento de alzar su voz lo más alto posible, ya ha escrito diez cartas al Papa Francisco, que aún no han obtenido respuesta. En ellas le habla de los voluntarios y le explica con mayúsculas que «¡Están solos! y parece no importar a nadie ese sufrimiento» y que, por favor, «no deje desprotegidas a cientos de personas que están pagando un alto precio por tan solo sobrevivir».

Es la forma que ha encontrado de intentar ayudar a los refugiados y a los voluntarios que, como su hija, se están dejando la piel sin ver demasiados resultados. «Que los políticos hagan algo, esas personas están aquí al lado, hay abuelos, niños, jóvenes sin esperanza que se mueren de frío», añade su hermana Nidia.

Camila, desde Tesalónica, lo resume así en Facebook: «Indignación. Somos seres humanos, pero ¿dónde quedó la humanidad? Parece que está de vacaciones por cualquier excusa. ¿Cómo es posible que cientos de voluntarios se dejen la piel para intentar cubrir las necesidades de estas personas y los encargados de velar por su seguridad desaparecen cuando más falta hace? Muchos han perdido el brillo en sus ojos y su mirada está vacía pero otros te devuelven una sonrisa y te dan una lección de resistencia y humanidad».