Esta pandemia de la enfermedad por coronavirus ha respetado los fastos y rituales de la religión, que en los altares de las iglesias sigue desarrollando su mayor misterio: el de la misa, centro y compendio de l cristianismo, que sigue diciendo el cura vestido con sotana y casulla. Y ha condenado al periodismo a recluirse en la intimidad de su casa para ejercer su trabajo, desprovisto ya de aquella parafernalia bohemia que conseguía la noticia, después de largas esperas en antros y bares con los bolsillos de la gabardina manchados con la tinta del bolígrafo. La religión católica sigue ejerciendo en los mejores escenarios mientras que al periodista el covid lo ha mandado a su casa, a teletrabajar, a escribir las noticias hasta con el pijama puesto. Hoy comprobaremos lo primero: el obispo, Demetrio Fernández, nos ha invitado a los periodistas a una misa, en la Catedral de Córdoba, a las doce de la mañana, por ser san Francisco de Sales, «patrón de los periodistas y escritores, a cuya intercesión la Iglesia confía a todas las personas dedicadas al oficio del periodismo y la escritura».

El periodismo es el alma de una mayoría de profesionales que en el fondo sueñan cada día con tener tiempo para escribir su gran novela y que en vez de meterse a profesores de Literatura pensaron que escribir a diario en un periódico sería un trampolín para alcanzar la perfección en la escritura. Lo que creyeron que nunca llegaría sería un tiempo de tan bajos sueldos, de soledad de dormitorio para escribir y de falta de romanticismo, bohemia y largas noches con tertulias interminables. Un tiempo en que algunos bares le dan la espalda a las noticias de papel y los periódicos tienen que insertar publicidad en la que se dice que «la piratería destruye el periodismo de calidad» porque «cada vez que consumes o distribuyes medios de comunicación sin respetar su autoría contribuyes a su desaparición». Quienes creen en el periodismo, como la Asociación de Medios de Información, dejan constancia escrita de que este oficio casi divino está contra los bulos, la falsedad, la descontextualización, el partidismo, los intereses, la imprecisión, la condescendencia, la intrusión, las fuentes dudosas y la desinformación. Un tiempo en que los periódicos también se han vuelto malditos en la Biblioteca Provincial de Amador de los Ríos: no te dejan consultarlos.

Íbamos aquella tarde de julio de 1977 a estrenar las prácticas de periodismo escrito --en las que había intercedido el canónigo Juan Moreno Gutiérrez, luego presidente de Cajasur-, en el Correo de Andalucía, en el polígono industrial de la Carretera Amarilla en Sevilla, Francisco Luis Córdoba, exdirector de este periódico (que en 1973 fue a Madrid, a la calle Toledo, 60, donde estaba mi piso, cerca del que ha explosionado esta semana, a preguntarme por la Facultad de Ciencias de la Información), y yo. Era ya de madrugada, nos despidió el director, José María Requena, que en 1972 había ganado el Premio Nadal con su novela El cuajarón, y en la soledad estrellada de Sevilla no sabíamos a dónde ir porque no se nos había ocurrido buscar pensión. Empezamos a dormir en un mostrador vacío de la antigua Estación de trenes de Córdoba y luego a la primera sala que abrieron. Estrené mis prácticas periodísticas con el robo de mi mochila, que consiguió rescatar Paco Luis, con el que firmé el primer reportaje de mi vida, sobre el Archivo General de Indias. El siguiente trabajo que me mandaron en aquel periódico que costaba 15 pesetas fue escribir una carta al director. Había que hacer hasta de lectores. Más adelante, sin mandármelo nadie, hice una información sobre la protesta de unos trabajadores en una obra. El día en que se publicó el departamento de publicidad mostró sus quejas. Lo mismo que ocurriría ahora.

Hoy es el día de los periodistas, una profesión que ha pasado de la bohemia de los tiempos de Larra a la dictadura del diseño y a confeccionar en pijama los periódicos que casi son fantasmas de papel y sólo tienen realidad en las pantallitas de Internet. Esperemos que nunca fenezca el deber más sagrado del periodismo: criticar a los poderosos para que no rompan la convivencia. Mi hija, que pretende ser directora de cine, dice que quiere, como su padre, además de filosofía --que ya lo ha hecho-- estudiar comunicación o periodismo me respondió contundente a la pregunta de por qué quería ser periodista: «Porque quiero criticar lo que está mal hecho». Oficio de periodista.