A veces lo hago, no hay más remedio que hacerlo. Como me afeito bien poco, sin llegar a tener barba, en el baño ni me miro. Paso de largo, leales. Que lo mejor es que el espejo tenga azogue para no ver lo que de mí queda. Soy un pobre viejo que va camino de los 83 años y que está de acuerdo en lo que afirma mi amigo Curro Romero, que un día me dijo, paseando los dos cogidos del brazo: «Compadre, que una cosa es que te digan anciano, que ya tenemos una edad, pero no me gusta que me llamen octogenario». Lleva razón el Faraón de Camas, que ha vuelto a reaparecer estos días, ni más ni menos, que junto a Rafael de Paula presentando un libro en Jerez de la Frontera escrito por un hijo del segundo. Creo que fue una velada magnífica, irrepetible, donde los dos pusieron la almendra verde del duende encima de la palabra.

Los dos toreros tan juntos en el sitio, aunque se habló también de lo que se acerca, que no es ni más ni menos que esa fiesta ya esperada del mano en mano, cerca de Sevilla, de los dos hermanos de padre, Manuel Díaz y Julio Benítez. Un gran suceso taurino, sin duda. ¡Qué pena que no sea en Córdoba!, aunque me aseguran que también lo disfrutaremos aquí, cuando llegue el día. ¡Ese torero patriarca, en el callejón; ese abrazo de los dos hermanos, abajo en la arena! Si puedo, si me deja el médico, claro que iré al festejo.

Sigo frente al espejo de esta España nuestra en la que Córdoba tiene un sitio de privilegio por sus protagonistas. Por ejemplo, el juez José Castro, que no se resigna al silencio. Creo que aún no pudo vender la casa que tiene en Mallorca y que a veces, me han dicho, le pasa por la cabeza el venirse hasta donde nació un día. ¡Ay la fuerza de las raíces!

Como el caso de Lolita Flores, con la que anteanoche hablé largamente por teléfono. Me gustó de nuevo escuchar su voz. Por cierto, que empieza programa nuevo en nuestro sur, en poco tiempo. Le pregunto.

--- ¿Sigues guardando las cosas que escribes en ese baúl, que tantas veces me dijo tu madre que tienes? «Lo tengo», se reía con su hermosa voz amarga, «claro que lo tengo».

-- A ver si un día me das la llave, niña.

--¡Ay niña, Tico, que voy a cumplir los cincuenta y nueve ya mismo! A veces escribo, claro que sí; un día, a ti solo, te dejaré la llave del baúl de mis recuerdos. Por mí que sea mañana mismo. Eso sí, que no se me vaya de la cabeza, que cada día está más desordenada.

Sigo preocupado viéndome las arrugas, la piel que se me acocodrila, perdonen los académicos por el palabro, porque aunque a veces la arruga es bella, que lo dijo en su tiempo aquel modisto gallego, esas bolsas de los ojos, las ojeras, me las quitan para la tele a pincel como quien pinta un cuadro, cuando me da el repaso Faby, que también arregla el rostro de María del Monte, cerca del estudio que lleva mi nombre y donde se retratan los pueblos de Córdoba, todos, que siempre me dicen lo mismo.

-¡Ay ese perol, maestro, que estoy deseando que llegue el domingo para leerlo! ¿Le han dicho alguna vez que es usted un sabio? «Solo una vez, señora mía, y fue precisamente otra persona de Córdoba, El Pele».

Y a lo que voy ahora mismo, que si no me olvido. Gracias al presidente del Real Círculo de la Amistad, Federico Roca, que ha sido el primero en felicitarme por mi día, santa Escolástica, que fue el viernes, día en el que escribo este perol que tanto me alimenta.

Por cierto, que debo decir con cierto orgullo personal, como entenderán, claro, dada mi edad, que el sargento de marines que sacó a bailar a la primera dama de Estados Unidos, Melania Trump, hoy la mujer más poderosa del mundo, en el día del baile solemne en la Casa Blanca, después de la toma de posesión de su marido, se apellidaba Medina, lo que hago público para general conocimiento. Y naturalmente aprovecho para felicitar a la nueva Señora de las Tabernas, Antonia Cabello, que lleva consigo también el de señora de las tapas, tan necesarias en la Taberna Rafé, Los Califas y La Vinoteca, las tres cocinas que están en sus manos. Buen trabajo el del Aula del Vino.

Qué bien que me viene a la cabeza aquel día que llegué a una taberna, de las que ya no quedan en el mundo, con aquel olor a vino, impresionante, para probar lo último que habían dado las viñas, y cuando pedí algo que lo acompañara, tipo oliva incluso, el dueño de aquel imperio, cordobés medular, fue y me dijo solemnemente con el vino dorado y con madre, en la mano temblorosa: «Aquí no se viene a comer, señor Medina, aquí se viene a comentar, la conversación es la tapa que acompaña». Y me dejó sentado. ¡Ay la filosofía del pueblo culto y llano!