El contador de bicis de Vallellano señala que por ese carril pasan ya todos los días unas 800 bicicletas. El fútbol ha vuelto y han jugado su derbi el Sevilla y el Betis, el Mallorca contra el Barça y hoy lo harán el Real Madrid y el Eibar. En los jardines que unen la Ciudad de la Justicia con el Parque Figueroa, cerca del instituto López Neyra y de la Residencia de Ancianos los niños juegan en bandada sobre la cercanía del césped y las terrazas de la tarde y con la lejanía de ahí mismo de la Torre del Agua.

Desde los jardines cercanos a la Cruz Roja, donde la Diputación ponía su caseta de Feria en aquellos tiempos en que la ciudad permitía que sus vecinos los pisasen, se ve pasar a gente que antes apenas salía de su casa, a deportistas de nuevo cuño, a novias que se besan a pesar del covid y a los autobuses, casi desocupados con viajeros con mascarilla.

Los balcones ya no son la cita de las ocho de la tarde --no he podido comprobar si a las nueve continúan las caceroladas-- aunque la vecina de enfrente sigue utilizando el suyo como siempre ha hecho: con coplas que nacen de su aflamencada y auténtica voz.

¿Hemos vuelto, entonces, a la vida de antes del 14 de marzo? Hace dos semanas estuve en Villaralto y comprobé en El Paisa que la prensa en los bares era una ausencia que podía marcar a la clientela que combina café y bebida con lectura de periódicos en esos espacios que se convierten en salón común en los pueblos. Y pensé en una maldición veraniega: sin feria, sin piscina, sin quiosco de prensa y sin periódicos en los bares. Pero en esta semana he estado por el popular y casi siempre abarrotado restaurante Moriles de Ciudad Jardín, en la calle Antonio Maura, por donde otra vez el gobierno municipal del PP ha hecho que vuelva a pasar el autobús 7, y vi un periódico. Pregunté y me dijeron que ya estaba permitido por el Gobierno que los bares los pusieran a disposición del cliente.

Quería comprobar el contenido del anuncio-buena nueva de Hostelería de España y la Asociación de Medios de Información que el pasado domingo publicaban a toda página la filosofía natural de la fase 3, ese entrañable acercamiento social que lo único que tiene de raro es la mascarilla: «Vuelven los cafés por la mañana. Vuelven las tapas de siempre. Vuelven las tertulias con los amigos. ¡Vuelven los bares! Y con ellos la prensa del día». Al final del anuncio se dejaba constancia de que la Organización Mundial de la Salud señala que el riesgo de contraer el virus a través de un papel impreso es «infinitamente insignificante». Yo he ido a quioscos y he seguido leyendo todos los días de la pandemia el periódico de papel sin miedo alguno.

Sé que solo los viejos somos los que amamos el papel y que no nos admiten en una visita gratis a patios palaciegos, porque en la entrada que sacamos por internet faltaba un insignificante requisito digital, que ya habíamos dado nombre, nif, correo electrónico y teléfono.

Quien de niño aprendió a leer en el papel de la cartilla de Rayas y en los periódicos de la barbería de su padre, aunque a escribir sobre pizarra, y su trabajo han sido los diarios de rotativa y quiosco, tendrá que estudiar cómo se consume su tiempo sin una guerra entre lo digital --que es el futuro inevitable-- y lo aprendido.

Porque ya sabe que ha perdido todo aquello que pensaba dejar como herencia a la posteridad de su familia.

Se gastó la mayor parte de su sueldo --además de en viajes por el mundo-- en libros, películas y discos que ahora no le caben en el piso y ningún descendiente quiere porque como han dicho los autores de tales productos culturales se arruinarán en beneficio de los fabricantes de ordenadores, que te lo dan todo gratis.

Llevo toda la tarde oyendo música de balde por YouTube. Miro en mi sala y veo las cintas, los cassettes, los discos y los audios digitales de Bach, Mozart, Chopin, Haendel, Schubert, Vivaldi, Beethoven, Albinoni, Verdi o Serrat..., un gasto. Espero que el periódico en papel en los bares --aunque te lo regalen por el móvil-- entre en la nueva normalidad.