Mi árbol de Navidad debe ser el de ustedes. Nuestro árbol de Navidad es el olivo. A ver si no llevo la razón. Me explico.

Si el olivo es lo mejor que nos rodea, que nos crece cerca, que esta dándonos sombra y fruto, aunque a veces problemas también (las cosas son como son)... ¿Por qué no va a ser de verdad, lógicamente, nuestro árbol de estas fiestas si ya lo es de toda la vida, eternamente?

Más razones: si es el árbol de la vida, si es el árbol del tesoro y si, además, no lo olviden, es el árbol lógico que está en el paisaje, el del milagro y el de la tierra que celebramos... El olivo es mi árbol de Navidad.

Y además, este año voy a intentarlo de nuevo: plantar uno en el recibidor de mi casa y colgar así en Navidad, a la entrada, además de las estrellas de siempre, palabras de amor. Cariñosas palabras para todos. Y noticias como éstas.

Que este año nuestros villancicos sean los mejores, los que más se canten, los que más se sientan en el mundo. ¿Cómo serían los villancicos de los Medina Azahara? ¿Dónde puedo hacerme con un villancico cuya letra sea de nuestro Pablo García Baena? Por cierto, que he descubierto, maestro, que igual somos de la familia. Uno de mis abuelos, Manuel, tenía como segundo apellido Baena, tan sonoro que le llamaban, siendo de la guardia civil, sargento Baena y no por su primer apellido.

¡Qué tiempos aquellos en los que yo recibía aquellos veinte euros de la lotería de Navidad de un viejo amigo de la Judería! Claro que era lo que yo decía, y sigo diciendo: ya me tocó en su día la lotería desde que escribo en nuestro periódico.

Veo en televisión a Iceta y Arrimadas, mano a mano con Bertín Osborne. Bueno, pues en tiempo de publicidad política me pareció estupendamente. En el fondo escuché la palabra sagrada «salmorejo», que cada día esta más de moda. Y aprovecho para felicitar a los que tuvieron la feliz idea del homenaje a nuestro sabio rey de la costura, Elio Berhanyer, que mereció además, ni más ni menos, que una foto en la portada de nuestro periódico.

Y desde luego, claro que sí, Banderas, don Antonio, que de forma privada me dice que fue a Lucena por ver el sitio donde estuvo preso en su día el granadínisimo rey Boabdil, ya que anda en sus trece y quiere llevarlo al cine, si no a una serie de televisión. Aunque quizá para eso tendrá que contar con Antonio Enrique, el sabio y poeta de la Andalucía del altiplano, que, aunque vive en Guadix, por lo menos una vez al año se acerca a Córdoba, que para él es como una inyección en vena. ¡Ha escrito tantos y tan buenos libros aquí¡ Es como cuando te dicen los enterados aquello de que «no hay que ser de Córdoba para escribir bien de ella». Mire si no ese hermoso libro que en su día escribió, ni más ni menos, que Pío Baroja. Más vasco imposible, ni más veraz, que yo tuve el gusto de entrevistar en su día cerca de parque del Retiro donde, además, se nos murió. Fui a su entierro y coincidí, ni más ni menos, con Camilo José Cela y Hemingway dos premios nobel en aquella mañana imposible de olvidar.

Y volviendo a lo dicho: ¡Qué buenas que serían unas memorias de Elio Berhanyer! Como el silencio sonoro de Antonio Gala, aunque a veces se acerca, sabio y callado, a su casa de la fundación que lleva su nombre en la vieja Córdoba para hablar y sentirse más joven con sus alumnos de todo el mundo llegados

La Córdoba abierta, la Córdoba cerrada. Leo que quieren llenar el viejo, perdón, antiguo corazón de la Córdoba eterna, de actividad. Me apunto a la causa, claro que sí. Eso me alegra.

Tanto como que nuestro maestro Enrique Ponce se lleve su séptima Oreja de Oro como el mejor en siete años, siete.

Y a la par les recomiendo un libro que es una gloria bendita. Un bocado de esperanza, 27 historias de supervivientes de cáncer, prologado por la bella, bellísima, Sandra Ibarra, cada día más hermosa. El libro de verdad, y así esta firmado, lo ha escrito su marido, el joven maestro de la comunicación Juan José Lucas, en Las Mañanas, en la cadena Onda Cero, como saben y escuchan. Merece la pena, se llama el libro Diario de Vida, y es el mejor mantecado de sabor del alma para estas vacaciones.

Eso sí, junto a la radio y al olivo de la esperanza aprovecho el momento para felicitar a mi jefe, que es mi jefe de los viernes al mediodía, Carlos Herrera, tan cordobés como el que más y que siempre que puede nos dedica un grito a Córdoba, como nadie, como pocos saben decirlo, mientras pasa el tren, y conmigo…

«¡Cooordobaaa!»