-Ha llegado el momento de conocer la figura íntegra de Miguel Hernández. ¿Tan desfigurado nos lo mostraron?

-Sí. Miguel Hernández ha vivido fundamentalmente debajo de una especie de hojarasca de tópicos. Nos ha convenido a todos conocer a un poeta que fuera humilde, pobre, analfabeto y poco más.

-Así lo dibujó la izquierda. ¿Y además?

-Y un santo laico. La izquierda lo santifica y lo usa para intereses ideológicos como un símbolo que le viene muy bien reivindicar al final del franquismo. Es símbolo de la República.

-¿Y cómo lo dibujó la derecha?

-Como un comunista que se acabó convirtiendo a través del catolicismo.

-En América Latina es un símbolo ligado al Che Guevara y la revolución.

-Completamente. Muchísimos soldaditos bolivianos llevaban en los bolsillos de su ropa de combate unos versos de Miguel Hernández.

-¿Por qué hemos tardado tanto tiempo en conocer la figura auténtica del poeta?

-Primero, porque el franquismo, durante 40 años, evitó su aparición o su recuperación. Y después, directamente por intereses incluso familiares. Su mujer se negaba a admitir varias verdades. Una, que su marido había sido comunista y que haya pertenecido con carné a ese partido político. Y segundo, que en la vida del poeta hubiera habido otra mujer que no fuera ella. Eso, hasta que Josefina se muere no se puede saber.

-Porque hubo dos mujeres más en su vida.

-Había dos mujeres más. Una, con la que mantuvo una relación carnal importante, Maruja Mallo. Y otra con la que tuvo un acceso espiritual casi, casi platónico, que fue la murciana María Cegarra.

-En Miguel es imposible disolver vida y obra. Dice usted que su poesía es «una especie de diario».

-Es imposible que Miguel Hernández escriba un verso si no tiene que ver con algo que le ha ocurrido en la vida. Es decir, para él escribir poesía era confesar que estaba viviendo. Con lo cual es muy fácil, a poco que excavemos en su obra, descubrir cómo estaba, en qué estado de ánimo se encontraba, si estaba eufórico o estaba triste. Y eso lo refleja en su obra.

-¿Serrat fue el impulso definitivo para rescatar al poeta cuando todavía vivía Franco?

-Fue un impulso importantísimo, porque le abrió los ojos a media España. La otra media siguió sin saber quién era Miguel Hernández. Por lo menos media España se enteró gracias a que un muchacho empezó a cantar a un poeta que no era Antonio Machado.

-Este libro es la edición ampliada que escribió hace 14 años. ¿Qué aporta de nuevo?

-Aporta, primero, una documentación que en aquellos años no estaba disponible, porque no había salido a la luz. Cartas a Josefina Manresa y Vicente Aleixandre, al hispanista Darío Puccini, también con la viuda, diarios de Carlos Morla Lynch, que fue el diplomático chileno cuya casa fue el epicentro de encuentro de toda la Generación del 27 y que saca a la luz unos diarios fundamentales en los que cuenta la verdad, por ejemplo, de qué pasó al final de la guerra, por qué dejaron a Miguel tirado.

-El libro recoge los testimonios de sus compañeros de celda. ¿Qué perfil dibujan los últimos días?

-Los últimos días de Miguel fueron tristes porque fueron en la enfermería. Los testimonios son los de un hombre que se apaga a diario pero que, incluso con la muerte en la sangre, jamás renuncia a sus principios morales. Y eso le costó la vida.

-Miguel no concebía su vida sin la escritura. Si no hubiera muerto joven, como Lorca, su obra hubiese sido inabarcable.

-Seguro. Las obras de Miguel ocupan dos tomos voluminosos de la editorial Espasa Calpe. Estamos hablando de ocho años de escritura. Hubiera seguido escribiendo, seguro. Pero también hay una hipótesis por la que yo apuesto. Se habría dedicado al cine, que era otra de sus pasiones.

-¿Dónde queda hoy Miguel Hernández? ¿En el olvido?

-No. En el olvido ya no.

-¿En el reconocimiento?

-Reconocimiento a medias.

-¿Y cine por qué?

-Estaba muy interesado por hacer cine y empezar a escribir textos.