Alguien comparó la mirada de Miquel Barceló (Felanitx, 1957) con la de Picasso. Y sí, tiene algo de lanzallamas que abrasa lo accesorio, y de las brasas levanta un mundo del que apenas facilita el mapa. Esta vez, abre el segundo volumen del Fausto de Goethe (Galaxia Gutemberg) que ha ilustrado con acuarelas hechas en la India, Tailandia, París y Mallorca --«me gusta comenzar con una luz y acabar con otra»-, y las explica sacando a bailar a Roussel, Rimbaud y Bataille con las posidonias, las mantis y los erizos. Igual, si cierra los ojos, saltamos el fuego y descubrimos quién hay. «Goethe, al que le interesaban la botánica y las nubes, podía indagar un año entero en el mismo metro cuadrado. A mí me gusta esa idea. Es como cuando tomas un LSD y te pasas el día con una mariposa y ves en ella el infinito. Lo contiene todo»,

-¿Su pintura le contiene?

-Siempre soy yo. Es una evidencia.

-Trate de definir la evidencia.

-Alguien dijo que mis obras eran submarinas, y no me parece mal. En casi todas salen pulpos y barcas, solo que en los años 80 las barcas eran de pesca y ahora las pinto llenas de gente que van a la muerte.

-La realidad le concierne.

-Goethe era un espíritu que quería entenderlo todo. Tenía una curiosidad infinita. Si no aprendía, se moría. Y yo me identifico mucho. Pinto para entender el mundo.

-¿Ha sacado alguna idea en limpio?

-Alguna cosa he entendido. Lo que no sé es cómo explicarme con palabras. Pintando, sí.

-¿En un trazo hay certeza?

-A veces, en un trazo hay élan vital -una fuerza que es comienzo y final-; como lo hay en el joven que se lanza de cabeza a la corriente un día de verano de la Tumba del nadador, una pintura fúnebre griega, de las pocas que nos ha llegado. Yo he mudado de piel cada siete años, pero me reconozco en cada centímetro de cada pintura.

-A saber.

-A los 12 años escupía en un papel, ponía una gota de tinta y soplaba, tratando de que la mancha fuera una cara o un objeto. Años después leí en [Georges] Bataille aquello de «la cranche de Dieu» (el escupitajo de Dios). Me parece que aún hago lo mismo. He seguido escupiendo cada día, cada día, cada día, durante 60 años.

-El cuerpo no es el mismo.

-A los 58 cambié de estado vital y me ha ido bien. Camino kilómetros. Nado. Debo estar en forma para pintar de pie.

-¿Pintar sigue teniendo algo de sexual?

-Sí.

-En el sentido literal, no puede tener queja alguna.

-No he tenido afán de coleccionista. Cada mujer me pareció la primera y la última. Yo me lo creo. Y hasta hubo un momento en que pensé que me quedaría soltero para siempre.

-¿Qué ocurrió?

-Tenía 39 o 40 años. Estaba durmiendo, en África, y me picó un escorpión en el lagrimal. Me desperté como si me hubieran clavado un puñal. Primero pensé que iba a morir; luego, que perdía el ojo; al poco la cara se me puso como la de un (Francis) Bacon y sentí que, excepto mi madre, nadie me daría un beso nunca más en la vida. Lo asumí. Pensé: «Saldré poco, de noche».

-Los que le han querido aseguran que sorbe las energías.

-Vivo rodeado de animales -una perra, vacas, cerdos, ovejas, un asno, un gato triste-, y no parecen muy consumidos. Quizá lo dice alguna de mis relaciones sentimentales, que pueden reprochar que siempre estuviera en el taller, que fuera egoísta... Mi relación con los humanos no siempre es la mejor. Estoy más contento solo, con mis asuntos.

-¿Misántropo?

-No. Tengo amigos y muy buenos, los mismos que tenía a los 10 años, que quieren que estemos juntos y salir a buscar setas o a pescar. Siempre he sido de pocos amigos yo.

-Y de mucho devoto. Quim Torra ha visitado su taller. Pedro Sánchez le admira. ¿Qué tal de mediador?

-[Ríe] Las veces que he mediado entre dos personas no ha salido bien.