-Usted es mujer y no es gay, y escribe una novela de amor entre dos gays varones. ¿Cómo Pedro por su casa o se deslizaba por el entarimado?

--(Ríe). Tengo una novela anterior en la que el protagonista es un hombre. Con lo cual ahí ensayé un poco con el tema hombre, que me interesó mucho, porque creo que te metes en otro mundo. Realmente somos sexos distintos y dos planetas distintos. Es extraño que podamos convivir los hombres y las mujeres. Eso fue un ensayo, pero esto ha sido muy difícil. Y no digamos gay y chino. Complicadísimo. Pero me lo he pasado muy bien, porque es como convertirte tú misma en un experimento.

-Una historia ambientada en el Shanghái de la Exposición Universal de 2010, donde usted fue comisaria.

-Yo tenía una gran responsabilidad, por eso no escribí la novela durante la Expo. La escribí muchos meses después, porque además la literatura tiene que reposar.

-El libro tiene una base real. El jefe de protocolo conoció a un chico chino muy joven. El resto es ficción.

-Exactamente. Entre todos aquellos fuegos artificiales chinos, me quedé con una mirada que intercambiaron dos hombres. Y muchos meses después, la volví a recordar. Y así surgió la novela.

-La novela es también la contraposición de dos culturas: Oriente y Occidente.

-Efectivamente. Dos planetas otra vez. Dos planetas distintos. Cuando yo llegué a China, lo primero que pensé fue: «Estoy en Marte». Pero luego ya la conocí, claro.

-Le encanta ponerle títulos a sus libros. De hecho, ‘El novio chino’, antes de ser el título definitivo, compitió con otras 50 opciones.

-Me gustaba mucho Arquitectura efímera, porque los pabellones, cuando pasan seis meses, se tiraron todos. El de España, curiosamente, fue indultado. Fue una excepción. Pero el amor también es arquitectura efímera muchas veces. Y de hecho, los dos protagonistas la presión que tienen durante en la novela es que eso se acaba.

-Siempre se sintió insegura como escritora. El Premio Málaga, al fin, la ha confirmado como novelista.

-Bueno, yo creo que cada novela es un mundo y poco a poco me he ido creyendo que soy escritora. Hay días que todavía no me lo creo, pero es verdad que la realidad me convence de que lo soy.

-La novela también retrata el mundo gay en la sociedad actual china, donde funciona la doble moral.

-La homosexualidad en China no está prohibida, pero está mal vista. Y hay cosas muy curiosas. Como tienen que tener un hijo para conservar el apellido, y todos son hijos únicos ahora, se casan muchas veces con lesbianas, no se casan... Pero hay una presión brutal de abuelos y padres.

-El año que estuvo en China trabajó muchas horas diarias. O sea que, como los chinos nunca se abandonan al ocio, se contagió de ese fervor.

-Sí. Totalmente. Por eso digo que soy china, porque yo, cuando había reuniones importantes con los jefes, siempre quedaba en sábados y domingos. Ni se me ocurría pedirles un día normal. Ellos siempre estaban allí. Las reuniones importantes eran sábados y domingos, cuando estaban ellos tranquilos y podía verles.

-Siempre escribió textos breves, novelas casi minimalistas. ¿No le van las largas distancias?

-Me preocupa mucho aburrir al lector. Creo que una novela tiene que tener lo justo. Ésta es un poco más larga que las demás. Que no sobren cosas. Como dicen los americanos, dilo una vez, dilo bien. El lector no es tonto, te entiende a la primera. Hay que respetar al lector.

-«Hay que reivindicar la emoción en la literatura, sin ella no es nada». ¿Tan fría y neutra ve la novela de hoy?

-Creo que la gente, a veces, no sabe hacer nada visible lo que narra. Yo tenía mucho miedo a ser cursi, por eso tardé muchos años en ponerme a escribir.