Miguel Poveda lleva tres años sumergido de lleno en la obra de García Lorca. Se ha tatuado al poeta en su piel y reconoce que se ha obsesionado tanto con su figura que cuando habló de sus síntomas con el historiador y especialista Ian Gibson, este le dijo: «Te has enlorquecido». Y así ha llamado precisamente su último disco, en el que pone música a algunos de sus poemas y cartas. El artista comenzará su gira de presentación el 8 de junio en Barcelona.

-Si tuviera que hacer una cronología de su relación con la poesía de Lorca, ¿cuáles serían los grandes momentos?

-La descubrí gracias a La leyenda del tiempo de Camarón, y también me impactó muchísimo la serie que hizo Juan Antonio Bardem (Lorca, muerte de un poeta, 1987). Más tarde, en 1994, me hicieron un encargo desde la Universidad de Bolonia, que dirigía Umberto Eco, para cantar flamenco a partir de poesía. En aquel momento recurrí a Carmen Linares interpretando las canciones populares de Lorca, y a Omega, de Enrique Morente. A partir de ahí comencé a leerlo con mayor asiduidad. En realidad, ha sido un proceso muy progresivo. He ido rodeando su figura a lo largo de treinta años, pero no me había adentrado en su universo, hasta que me di cuenta de que él era un poeta distinto a los demás, al menos para mí.

-Y entonces ‘enlorqueció’.

-Tenía hambre de adentrarme en su persona. Había como una especie de hilo invisible que me arrastraba hacia él. Y después me obsesioné con ponerle música a sus poemas, pero era un reto que me parecía como escalar una montaña inmensa. Lo curioso es que después me dí cuenta de que lo más importante, además de su palabra, era su persona, su inmensa humanidad.

-Para hacer este disco ha emprendido un viaje físico, recorriendo todos los espacios que habitó el poeta, pero también emocional y espiritual.

-Lorca se ha convertido en mi religión, en mi dios y mi mesías, alguien a quien rezar y hablar. Porque su filosofía hace que me identifique con él, con su entusiasmo por la gente, con su compromiso social y el sustrato de denuncia que recorre su obra. Y, sobre todo, con su necesidad de defender la igualdad. Con ese sentimiento, quizás por ser homosexual, de sentirse aislado, pero al mismo tiempo muy conectado con las personas.

-¿Cómo eligió los poemas?

-Fue un proceso largo y me lo tomé con calma. Al final el disco es un resumen de todas sus facetas. Un resumen chiquitito, porque él era inmenso. Muestra al Federico premonitorio, que habla de su muerte casi describiéndola al detalle, al más telúrico, al viajero entusiasta y al fabulador.

-Si hablamos de igualdad, uno de los movimientos más importantes al que hemos asistido en el último año es el de la reivindicación de la mujer.

-Me parece fabuloso, hay que situar a la mujer en el lugar que merece. No hay ciudadanos de primera y segunda por su sexo, religión o cuestiones ideológicas. A veces creemos que hemos avanzado en un determinado aspecto, que hemos crecido y de pronto nos damos cuenta de que no es así, que hemos incluso retrocedido. Cuánto cuesta construir un paso hacia delante y qué fácil es ir para atrás. Por eso me parece que no hay que decaer en la lucha y cualquier manifestación reivindicativa es importante.

-En el álbum hay una canción cuyos derechos serán para CEAR, la comisión española de ayuda al refugiado.

-En Grito hacia Roma dice: «Pero el viejo de las manos translúcidas dirá, paz, paz, paz, dirá amor, amor, amor». Y enseguida relacioné estas palabas con los niños, con los más desfavorecidos que están sufriendo la guerra y que necesitan nuestra comprensión y empatía. Compuse una canción con un coro de niños y ha sido una de las experiencias más mágicas del disco.