-Me gusta su definición de nuestras catedrales: «Son las cajas negras de nuestra historia». Ahora que las ha abierto, ¿desconciertan más por sus luces o por sus sombras?

-España es un país en claroscuro, como su pintura, la pintura del Siglo de Oro y del siglo XVII, y continúa siéndolo. Y en las catedrales ocurre igual.

-Ha visitado las 75 catedrales en 14 viajes distintos en coche, barco y avión, ha consumido 16 años de trabajo, ha viajado 20.000 kilómetros y ha publicado 1.200 páginas en dos volúmenes. En efecto, el resultado es el fruto de una «aventura catedralicia».

-Y quijotesca. Es un sueño de locos, como los sueños que llevaron a la Cristiandad a construir estos grandes libros de piedra que son las catedrales.

-Su libro nos muestra cómo hemos convertido España en un parque temático. ¿Lo intuía antes del viaje o se fue deprimiendo conforme la realidad le ponía frente al estropicio?

-Lo intuía, pero es que cuando yo comencé el viaje en 2001 todavía no era tan parque temático como es ahora. O no se había extendido tanto y agudizado tanto ese parque temático.

-En sus investigaciones ha constatado la pervivencia de dos Españas muy diferentes, que no son precisamente las de Machado. Descríbamelas.

-He descubierto varias versiones de las dos Españas de Machado mirando las catedrales y viajando por todo el país. Hay una España del norte y otra del sur, que se refleja muy bien en estos dos libros. La del norte es fundamentalmente gótica y románica. Y la del sur es renacentista y barroca, como el espíritu que las alimentó. Y luego te diría que también hay dos Españas en el presente que son la interior y la periférica.

-El turismo ha invadido las catedrales y el país en general. Aunque fuente principal de ingresos, ¿no deberíamos poner puertas al campo?

-El turismo, como cualquier gran religión, y no deja de ser religión, tiene también sus daños colaterales. Crea riqueza pero destruye muchas cosas que tenían gran valor. Por ejemplo, la vida vecinal en los cascos históricos de los ciudadanos. Y otros muchos.

-Como decía, muchas catedrales se han convertido en museos, la Iglesia cobra entradas por sus visitas. ¿Ya todo es negocio?

-Digamos que los mercaderes del templo, a los que echó Jesucristo, hoy en día son los cabildos catedralicios.

-En Córdoba tuvo que apelar a su condición de periodista accidental cuando le querían cobrar dos veces la entrada, por la mañana y por la tarde.

-No. Me querían cobrar cada vez que saliera y entrara. Y yo lo que acostumbraba era pasarme un día en cada catedral pero no dentro, sino fuera tras salir y visitar la ciudad. Recuerdo que le dije al de la taquilla: «Hasta las discotecas cuando yo era joven te ponían un sello en la muñeca para entrar y salir». A veces en determinadas catedrales he encontrado una voracidad recaudatoria que le hace muy poca publicidad positiva a la Iglesia.

-La anécdota de Huelva huele peor. Faltaba una hora para el cierre y le echaron porque el canónico quería oficiar una misa solo.

-Bueno, tiene que ver con el sentido patrimonial que determinada parte de la Iglesia, no toda. La Iglesia no es monolítica. Las catedrales y las iglesias son de todos.

-En las catedrales no encontró ni a curas ni a dios, solo a turistas. ¿Pero había creyentes, devotos purgando por sus pecados, beatas llorando por el destino impúdico del mundo?

-Algunos curas sí encontré. Incluso en alguna catedral todavía había bastante vida. Hay creyentes en todos los sitios. Dentro y fuera de las catedrales. Y merecen mucho más respeto del que a veces tiene la Iglesia por ellos, reconduciéndolos a una capilla lateral para que puedan rezar cuando, a lo mejor, lo que alguien quiere es contemplar y extasiarse ante la maravilla espiritual que es una catedral.

-Dice usted que las catedrales son los edificios más bellos que ha construido el hombre de Occidente. ¿Se sabe cuántas almas perecieron en su construcción?

-No se sabe pero es fácil imaginar que muchísimas. También hay clases dentro del reconocimiento divino de la labor de su construcción.