-‘Piel de lobo’ indaga en la naturalización de la violencia que hemos tenido que vivir, sobre todo las mujeres.

-Sobre todo. Las mujeres en esta sociedad patriarcal todavía no nos libramos de ese juego tan peligroso de poder en el que la mujer, sin serlo, resulta el elemento débil.

-Tu generación, dices, se ha educado con «cosas muy duras y muy fuertes que estaban permitidas». ¿Cómo cuáles?

-Puede parecer muy tonto pero, por ejemplo, me sorprende el poco control que había de lo que veíamos en la tele. Parece poca cosa, pero es mucho. Ahora se controla muchísimo más lo que ven los niños. Y nosotros nos hemos comido una cantidad de violencia a través de la tele sin ton ni son.

-En esta novela abordas las relaciones familiares, un tema que tenías desatendido. ¿Por qué?

-Supongo que porque, a pesar de ser un tema repetido hasta la saciedad, es el tema por excelencia. Es algo de lo que nadie se libra. Y supongo que me había dado miedo enfrentarme a este tema hasta ahora que he empezado a hacerlo. Supongo que no he terminado todavía.

-Dices: «De cerca nadie es normal». ¿Tan claro lo tienes?

-Sí. Quizás lo que no es normal es la normalidad. O sea, de cerca, viendo las cosas en macro, vemos su verdadera estructura y su verdadera consistencia. Y ahí es donde empieza la diferencia y donde empieza el ser de verdad.

-’Piel de lobo’ es también la historia de un dolor compartido.

-Creo que los hermanos siempre comparten los dolores, igual que las alegrías. Creo que esa es una de las cosas fascinantes y tormentosas de la familia. Uno no puede librarse del dolor ajeno cuando ese dolor lo lleva tu hermano. Es algo propio.

-Te da apuro que te consideren poeta. ¿Un lujo que no te quieres permitir?

-(Ríe). Sí, me da apuro que me consideren poeta porque para mí la poesía es algo muy emocional y muy espontáneo. Y digamos que precisamente por esa intimidad y esa frescura prefiero mantenerme al margen de catálogos.

-Te atraen las relaciones entre hermanos. ¿Son las más verdaderas?

-Me parece que son las relaciones más complejas dentro del mundo de la familia, porque un hermano tiene la carga de obligación familiar, pero a la vez puede tener la carga de libertad y de amistad y de todo lo que hay también fuera. Digamos que un hermano es lo que uno lleva en la mano cuando sale al mundo exterior. Y eso me parece muy interesante.

-Las hermanas de su novela. Sofía, separada y con un niño. Rita, de carácter difícil y una deuda.

-Ella ha saldado las deudas. La vida tiene que saldar las deudas con ella. Rita es la persona conflictiva, digamos, porque hay puertas que no ha abierto todavía. Y Sofía siente que era quien tiene que haber abierto esas puertas.

-¿Está de moda la madre arrepentida o siempre estuvo sobrevalorada la maternidad?

-(Ríe). La madre arrepentida es una etiqueta que hace referencia a un sentimiento posiblemente muy natural. Lo que también está de moda, por suerte, es que la maternidad es una empresa demasiado gigantesca como para llevarla una sola persona.

-¿Alguna vez estuvo sobrevalorada?

-No. Considero que ahora tenemos que ser cien mujeres en una y que quizás eso es lo que esté sobrevalorado.

-¿Alguien, como Sofía, se puede sentir culpable por ser feliz?

-Sí. Porque de algún modo en su caso, y creo que en el caso de muchos de nosotros, la felicidad es una cuestión de actitud. Y digamos que ella ha tenido pereza para buscarla.

-Te interesa lo extraordinario de la gente normal. ¿Por eso parece que en tus novelas no pasa nada?

-(Ríe). En mis novelas pasan cosas dentro de lo cotidiano y dentro de los personajes, más que fuera. Y eso puede dar apariencia de estatismo, cuando en el fondo hay una revolución dentro de cada persona siempre.