-Dice de su libro que es «un ajuste de cuentas conmigo mismo y con el mundo editorial». ¿Tenía necesidad de soltarlo?

-Tenía la idea de hacer confesión y penitencia. Porque sobre todo es un ajuste de cuentas conmigo mismo. Soy implacable conmigo. El mundo editorial lo miro con más misericordia.

-Una novela muy personal, con rasgos propios, pero no es autobiográfica.

-Las peripecias que cuento a mí no me han ocurrido. Es confesional en el sentido en que en esa historia está mi pensamiento, mi forma de ver el mundo, mis dolores íntimos.

-¿Es difícil salir o vivir al margen de esas miserias, rencores y traiciones que rodean al mundillo literario?

-No. Creo que hay que tener fuerza de voluntad y amar tu vocación. Cuanto más amas tu vocación, más valores tiene la escritura en sí misma y más desprecias la feria de las vanidades que la rodean.

-El ajuste de cuentas es también con Paco Umbral, de quien pasó del amor y apadrinamiento a todo lo contrario.

-Bueno, en el personaje de Octavio Saldaña hay algunos rasgos de Umbral, pero pocos, pocos. Es verdad que mi relación con Umbral fue muy conflictiva. Hoy, con el paso del tiempo, me arrepiento mucho de que Umbral muriera sin haberme reconciliado con él.

-¿Para Cela también guarda algún capón?

-No, no. Lo que pasa es que Saldaña también tiene algún rasgo de Cela. Mi relación con Cela siempre fue luminosa y muy fecunda. De manera que no, no hay ningún capón. En todo caso, alguna caricia o carantoña.

-Hubo un momento en que prácticamente abandonó la literatura para acudir a los platós de televisión. ¿Superada su etapa de tertuliano?

-Bueno, yo creo que la televisión es un medio destructivo. Tiende a sacar lo peor de la naturaleza humana y a alimentar también a sus audiencias con una basura más fétida. En este sentido, dudo mucho que vuelva a la televisión. No diré que me arrepiento, pero sí lamento mi paso por la televisión.

-Cinco años sin escribir. ¿Se superaron o se entierran las crisis?

-Nunca las acaba uno de enterrar porque pueden volver, pero lucha con ellas como Jacob lucha contra Dios en el Génesis. Y terminamos exhaustos, rendidos, y crees que las has vencido, pero siempre pueden volver.

-El papel del escritor es hoy irrelevante. Como diría Vargas Llosa: ¿Cuándo se jodió el invento?

-Bueno, yo creo que la crisis agudizó o precipitó una tendencia quizás natural y en España es poca la gente que lee. Y si a eso añades que los bolsillos se vaciaron, que la fascinación tecnológica es fascinante y que la piratería es creciente, pues es la tormenta perfecta.

-Editoriales, agentes y críticos literarios, viejas glorias y jóvenes promesas. Nadie se salva. ¿Tan mal andamos?

-No, hombre. Yo creo que se salva la vocación literaria. En medio de las dificultades, en medio de las miserias, la vocación literaria se salva. Y con eso basta.

-Su libro es un «striptease integral». Bueno, excepto aquello que es fabulación.

-Pero la fabulación me permite precisamente ser más radical en mi striptease. Si fuera un libro de memorias, no habría podido ser tan sincero. Al rodearlo de personajes de ficción, digamos que lo que sale de mi corazón es mucho más sincero y descarnado.

-Las editoriales solo se guían por visiones mercantiles. A los buenos escritores les cuesta encontrar editor. ¿Sabe adónde vamos?

-Bueno, si el rumbo no se corrige, creo que iremos hacia una literatura refugiada en pequeñas editoriales, independientes, y unas grandes editoriales que se van a dedicar a publicar best sellers y bazofias varias. Lo que pasa es que espero que esta tendencia se corrija porque si no sería el fin del escritor profesional. Ya estamos en su agonía, pero si esto se termina de producir será la defunción.

-Se autodefine como un escritor maldito.

-Bueno, maldito es aquel que se opone al espíritu de su época. En una época beata, maldito era el escritor que se encomendaba a Satanás. En una época satánica, maldito es el escritor que se encomienda a los santos. Un escritor contrario al espíritu de su tiempo. En ese sentido.