Que levante la mano quien haya oído hablar de la Generación del 27. ¿Alberti, Lorca, Cernuda, Salinas? Durante décadas, los libros de Literatura han puesto cara en los colegios a un grupo de escritores cuya obra se ha desmenuzado como reflejo de una época, hombres todos ellos. Pero no ha sido hasta hace unos años cuando el tesón de una serie de investigadores ha permitido constatar que ellos no estaban solos y tampoco fueron los únicos de esa Edad de Plata literaria. A su lado, un grupo de mujeres dieron luz a una heterogénea producción, tan brillante o más en algunos casos que la de sus coetáneos, que permanece invisible aún en los curriculums escolares. El Encuentro Internacional sobre el Exilio Republicano reunió ayer en Córdoba a algunos de esos investigadores para arrojar luz sobre las mujeres que Tania Balló bautizó como Las Sinsombrero. «Ellas no se llamaban así, el nombre surgió de una anécdota relatada por Maruja Mallo sobre una performance que desarrollaron ella, Dalí, Lorca y Margarita Manso quitándose el sombrero, toda una provocación en la época, que supuso un símbolo de rebeldía».

Jairo García Jaramillo, profesor de Literatura y que participa en el documental Las Sinsombrero, destaca el doble olvido que sufrieron las mujeres, entre las que figura María Zambrano, quizás la más conocida, pero también Concha Méndez, Margarita Manso, Maruja Mallo, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcín y Marga Gil Roësset, entre otras. No solo se las silenció por ser republicanas durante la Dictadura sino que cuando se recuperó la Historia de esa época se hizo desde el punto de vista del relato hegemónico masculino, y además, sus coetáneos las obviaron en sus memorias, presos ellos también del machismo en el que fueron educados. Y eso que, según García Jaramillo, que las define como mujeres «modernas, talentosas y necesarias, que defendieron el sufragio femenino, el derecho a la educación de las mujeres o el divorcio», ellas «no jugaban en la tercera Regional de la Literatura sino en la Champions League». Educado con libros de texto «en los que estos nombres no aparecían», este docente reivindica el estudio de esa «mitad ignorada». En ese sentido, Balló, que recalca que «deben ser incluidas no como un anexo de la Generación del 27 sino como parte esencial sin la que esta generación no existe», destaca el hecho de que «a diferencia de los hombres, sobre los que ya se ha establecido un ránking literario, aún es posible acercarse a la obra de estas mujeres sin ideas preconcebidas».

Carmen Domingo, autora de Teresa León y sus amigos, dio a conocer la riqueza literaria de Teresa León, hija de una familia de la alta burguesía, rebelde a las imposiciones de la época, que vivió a la sombra de Alberti, antes y después del exilio, pese a lo cual desarrolló una mirada y una obra con identidad propia de gran calidad.

Pero si algo define a estas mujeres es su heterogeneidad. David Becerra Mayor puso el foco en la obra de Luisa Carnés, republicana que se distingue por su origen humilde y obrero. «Ella no pudo hacer el gesto de quitarse el sombrero porque no era de las que se paseaba, curiosamente trabajó en una fábrica de sombreros». Exiliada en México, de donde nunca regresó, su novela Tea Rooms, escrita en 1934, se ha convertido hoy en un fenómeno literario (va por la 9ª edición y pronto será una serie). Esta potente obra relata en un formato muy contemporáneo la precariedad laboral de las mujeres que trabajaban en las cafeterías. «Se lee como si fuera actual», apostilla. Ahí queda.