Este médico y psicoterapeuta es autor de más de 20 libros, traducidos a treinta idiomas. Ahora, relata con un lenguaje moderno 15 cuentos clásicos, los cuentos de siempre.

-Los cuentos cuentan con sus propias fórmulas que ya nos son familiares. “Había una vez” o “Abracadabra”. ¿Cómo arrancaría el texto de un cuento suyo?

-Yo arrancaría diciendo: “Había una vez que se repitió tanto que se murió en realidad”.

-Cada cuento contiene su propio lenguaje, su mensaje, su código secreto. No sé si cada cuento, a su vez, podría ser muchos cuentos.

-Cada cuento abre nuevas puertas para que cada cuento dé lugar a otros cuentos. No es que cada cuento es muchos cuentos, pero seguramente abre las puertas de otros cuentos. Y de hecho sabemos que cada personaje de cada cuento ha sido producto y protagonista de un cuento después.

-Dicen los poetas que “el cuento es una forma de rebeldía contra la muerte”. ¿Tal vez porque transmiten la experiencia de lo vivido?

-Por eso y porque además es capaz de traspasar el tiempo. Todos los cuentos que contamos son cuentos ancestrales. Tienen 500, 600 700 años. Y están allí. Vivitos y coleando. Gozando de muy buena salud.

-¿Tiene algún sentido adaptar historias inventadas para adultos y transformarlas en cuentos para los niños? ¿Tan mal andamos de imaginación para no crearles historias propias?

-Eso es una discusión eterna. Eso ha permitido que algunos niños lleguen a su acceso y también ha impedido que conozcamos la versión original de esos cuentos. Es decir que es una buena y una mala. Tiene sentido.

-Introducción, desarrollo y moraleja. Siempre la misma estructura. ¿No habrá llegado el momento de reinventar el cuento?

-No reinventar el cuento, pero sí de reescribirlo. Contar nuestras propias cosas y para ver qué luz arroja este cuento tan viejo a estos problemas supuestamente tan nuevos.

-Usted es uno de los escritores de libros de autoayuda más exitosos del mundo. Buscamos en el mundo, tal vez, algo que no hallamos. ¿A los niños les ocurre igual?

-Los niños buscan cosas más concretas, creo yo, o más importantes, me parece. Los niños buscan ser amados, ser respetados, ser educados. Porque eso es lo que quieren de verdad. Y ser contenidos cuando no pueden con sus propias emociones.

-Estos cuentos infantiles fueron creados para adultos. Eran cuentos de terror y de horror. Aunque algo ya hermoseados, se los dimos a leer a nuestros hijos. ¿Hasta ahí todo bien?

-Hasta ahí todo bien y todo mal. Porque no deberíamos haber dejado atrás la otra versión, la versión original. Mi intención no es evitar la versión edulcorada, es sumarla a la versión edulcorada, que es lo que debió hacerse desde el principio.

-Para usted, ‘El patito feo’ representa la metáfora perfecta de las experiencias de rechazo en la infancia.

-Sí. Representa eso y además representa un canto existencial a lo que significa la realización como persona. El patito feo nos encarna a cada uno cuando transita el lugar de describir quién es para después salir a su camino a enfrentarse con sus riesgos.

-En su libro, cada cuento enfoca un aspecto de la sociedad moderna. En ‘Pinocho’, por ejemplo, qué podemos hacer para volver a ser humanos.

-O para transformarnos en humanos. Nos hemos vuelto de madera, amigo, en algunas cosas (ríe).

-Dicen los Grimm y usted repite: “Los cuentos se pueden usar para dormir a los niños o para despertar a los grandes”. ¿Usted con qué fin los utiliza?

-Bueno, en algunos momentos, cuando mis chicos eran pequeños, para dormirlos (ríe). Después empecé a entender esto de despertar a los grandes y hoy intento ayudar a que algunos se despierten a su vida verdadera.

-En la posguerra, en España se representaba en los teatros ‘Caperucita azul’ para evitar poner el adjetivo rojo. ¿Qué le parece esa versión?

-Ríe). Qué locura. Bueno, hay gente que le tiene más miedo al símbolo que a la realidad. Confunden lo metafórico con lo real. Y esto es la razón por la que a veces uno se pierde en el lenguaje metafórico.