<b>-¿Por qué se hizo torero?</b>

- Un día, cuando tenía siete años, yendo con mi padre por la torre de la Malmuerta, vimos a un grupo de aficionados que llevaban en hombros, camino de su domicilio en Ollerías, al torero José María Martorell. Esa imagen me impresionó y se me quedó en la cabeza, y ya no dejaba de darle vueltas y pensaba que yo también quería ser torero.

-¿Qué recuerdos guarda de sus comienzos?

-Maravillosos. Era una lucha constante por torear. Cuando nos enterábamos de que esa noche en los corrales del matadero municipal había ganado bravo, un grupo de amigos y yo saltábamos la pared y toreábamos. Muchas veces era solo un pase, pero nos parecía suficiente para volver. Una noche, una vaca vieja revolcó a un amigo y, magullado, lo sacamos a través de los tejados. Era duro, pero ilusionante.

<b>-¿Era más difícil torear antes que ahora?

</b>-Era más difícil antes. Había que luchar más. Íbamos a los tentaderos como podíamos, en los topes de los trenes, haciendo auto stop e incluso una vez fuimos en una perrera del tren. Luego, llegabas a la finca y si te dejaban acercarte a la plaza ya era un triunfo. Nos subíamos a la paerilla y a esperar por si el ganadero te autorizaba a dar unos pases. Que no era así, por lo menos te volvías contento por haber visto a algún maestro torear en el tentadero. Hoy, los chavales van en coche y bien vestidos y suele estar concertada la visita con el ganadero. Luego, están las escuelas taurinas, que son fundamentales, que te ayudan. Aunque hoy tienen menos oportunidad de torear los que empiezan porque se dan muchísimas menos novilladas que antes.

<b>-El próximo 19 de marzo cumplirá cincuenta años como matador de toros.

¿Qué significa para usted esa fecha?

</b>-Todos los chavales que quieren ser toreros tienen en mente llegar a tomar la alternativa y yo no podía ser menos. Para mí, la alternativa fue la felicidad completa. Vistiéndome en el hotel me acordaba cuando, de niño, vendía boletos de la ONCE. Todo lo que había sufrido para llegar hasta aquí ya estaba olvidado. Tomé la alternativa en Córdoba porque era un sueño desde que comencé a torear en 1963. Siempre quise que fuera en nuestra plaza. Y fíjese que rechacé una oferta para tomar la alternativa en Barcelona y poco después en Valencia. Yo quería que fuera en mi tierra y así fue. Lástima que lloviera y apareciera un día muy desapacible. Mi padrino fue Diego Puerta y el testigo, Manuel Cano El Pireo. El toro de la alternativa, marcado con el número 8, de pelo negro bragao girón, y de nombre Desgraciao, pertenecía a la ganadería de Gerardo Ortega y pesó 464 kilos. En este toro di una vuelta al ruedo y en el que cerró plaza corté una oreja.

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-Su paso al doctorado le supuso la oportunidad de torear con los mejores toreros de aquella época. ¿Cómo lo recuerda?

</b>-Como un sueño. Yo admiraba a Antonio Ordóñez y a Manuel Benítez El Cordobés, cada uno a su estilo me entusiasmaban y verme al lado de ellos haciendo el paseíllo no me lo acababa de creer. Cuando toreé en Córdoba con Ordóñez y Palomo Linares, estaba tan nervioso que en la puerta de cuadrillas no sabía qué pie iba a echar adelante. Otro torero que admiré fue Paquirri, que era muy poderoso.

<b>- ¿Cómo ve el toro de ahora respecto al de su época?

</b>-Antes era más chico pero más listo. No te permitía una equivocación. Si lo hacías, te mandaba al hule. El toro de hoy es más pastueño, te permite más, aunque también te puede herir. A mí me respetaron los toros, solo tengo dos cornadas graves, en Priego de Córdoba y en Francia, y muchos porrazos y volteretas.