El grupo espeleológico G40, de Priego, se encuentra inmerso en el proyecto denominado Tras las Huellas de la Espeleología Cordobesa , cuyo objetivo es el estudio histórico-espeleológico de cavidades citadas en los textos de Manuel de Góngora y Martínez, Villanova Piera, Gabriel Puig Larraz, Antonio Carbonell Trillo-Figueroa, Juan Bernier Luque, así como por los grupos que operaban en los albores de la espeleología de nuestra provincia a lo largo y ancho de ésta.

En dicho marco se ha trabajado en cuevas de la capital que, aún con poco valor espeleológico o escaso desarrollo, sí lo tienen en otros aspectos como el histórico o el geológico. La más interesante estudiada hasta ahora es la denominada Cueva de Piquín , de la que se contaban con reseñas conseguidas a través del vaciado bibliográfico que se realizó como arranque del proyecto, habiéndose perdido con el tiempo su localización exacta, encargándose la vegetación de ocultar su acceso. Una vez hallada y recuperarla para los cordobeses, dentro de la misma destaca el enorme trabajo de extracción de mineral que en ella se ha realizado por la mano del hombre.

Así, lo que inicialmente es una fractura natural con una peligrosa entrada, se convierte en una red de galerías trabajadas de forma artificial, algunas de ellas tan estrechas que resultan casi impracticables para los espeleólogos, lo que hace pensar que fueran quizás niños los obligados a seguir las vetas del mineral. La topografía dio como resultado un desarrollo total de 502 metros y un desnivel desde la boca a su parte más profunda de 51 metros, convirtiéndose en la actualidad en la de mayores dimensiones de Córdoba capital.

Junto a la de Piquin , también cabe reseñar por su interés histórico la Cueva de la Huerta de los Arcos , cavidad emplazada en los terrenos de la Huerta de los Arcos, que junto con la Huerta de Segovia ha sido una de las de más encanto de la sierra de Córdoba. La cueva posee una densa historia estrechamente relacionada con los primeros eremitas cristianos que bajo la protección del obispo Osio, a partir del siglo III d.C., habitaron pequeñas cuevas y covachas desde la Arruzafa a la Albaida, buscando a Dios desde su aislamiento de la civilización. Carbonell Trillo-Figeroa hace referencia a ella en 1926, incluyendo en una de sus obras una fotografía con un eremita con hábito de monje en la puerta de la cueva. Se trataba de una recreación hecha de madera y vestida con una túnica que se hallaba en su interior, colocada en la plataforma que se abría tras una pequeña escalinata. Era visitada por las personas que se acercaban al lugar depositando monedas en un plato que supuestamente se destinaban a la caridad. El pueblo siguió la tradición iniciada por la aristocracia, alta burguesía, artistas y científicos de pasear por la Huerta de los Arcos invitados por el Marqués de la Vega y Armijo o bajo su mecenazgo hasta que perdiera su propiedad en 1911.