Lo dije el viernes 1 de setiembre en el programa de Carlos Herrera, donde he vuelto por un año. Más que nada se lo aviso. Aunque sea en el programa más oído de España --más escuchado, mejor dicho--, lo cierto es que las palabras escritas quedan, y no sé si tendré ocasión de repetirlo.

Sí, Diana de Gales, a la que yo llamé en su día princesa de ‘males’, la pobre niña vestida de ganadora siempre, que siempre fue perdedora, casi mendiga de amor, resulta que no mereció de la atención de su jardinero mayor. Poco caso le hizo. Pobre chica, de las más lindas del mundo, a la que estuve a punto de besar en las dos mejillas aquel día en su palacio de Londres cuando fui a verla con mis jefes de Hola¡. El protocolo lo impedía, pero la besé en la mano y le miré al fondo de los ojos, los más bellos y los más tristes del mundo. La tristeza del mal de amores. Y he dicho lo que ahora rubrico, que en aquel jardín bellísimo que regaba personalmente su esposo, ella era la única flor no regada. Por lo que leo estos días, resulta que más o menos cada tres semanas, después de mirar su agenda, su señor la atendía en el amor. Pobre niña. Recuerdo aquella carta escrita a mano que encontré en el nicho donde en Los Ángeles se guardaba el cuerpo de Marilyn Monroe. Aquella carta que yo me traje, lo confieso, en la que un hispano le decía de su puño y letra:

--Si yo te hubiera conocido antes, ni tu estarías ahí, ni yo aquí, rezándome al pie de su tumba… porque te habría dado mi amor, sin pedirte nada a cambio.

Como les cuento, ¡tantas cosas que contar, vidas mías!. A ver si me decido a escribir algo así como mis memorias, antes de perder la memoria…

Mientras tanto, ya esta aquí setiembre, y leo que se va las américas nuestra Índia Martínez con canciones de ayer y de hoy. No tengo que desearle suerte porque la va a tener. Mariló Montero se ha cambiado, la cara. Mal hecho, niña Montero. Porque estabas bien guapa. Te quiero a pesar de todo, morena. Como admiro, y sigo admirando, a Teresa Viejo, que ha vuelto a escribir un libro, y lo ha publicado en B. Tendrá muchos lectores, como siempre, escribe valiente y bello. Como el libro que ha escrito, con ayuda, Terelu, que le quiero decir --ella sabe que la admiro, y la miro mucho-- que aquel día cuando se dio por primera vez la noticia de que el entonces príncipe Felipe, hoy Rey, tenía novia, fue este servidor de ustedes (estaba al lado además Rosa Villacastín), en Telemadrid, en el programa Con T de tarde, que dije que se iba a casar ante el asombro propio, ni más ni menos que con una presentadora de TVE rubia y muy linda. ¿Por qué no lo contaste así, querida y admirada Terelu, y has dado una versión distinta en tu libro, del que se llevan no sé cuantas ediciones merecidas? De todas formas, irán a las mías, porque el vídeo existe, y uno no vale más que «lo que vale su último reportaje».

En este caso, el penúltimo. Como me gusta mucho decir, que me ha gustado la foto y el tema de Isabel Pantoja en el Hola. Porque yo he sido el autor de tres de sus portadas. Exclusivo. Aquella primera de Isabel de luto, bellísima, de tristeza. Viuda de España, con su hijo en brazos, cuando abrió las puertas de su casa de Sevilla, junto al gran río, a Hola después de la muerte de Paquirri. La segunda, cuando me abrió las puertas de su casa de La Cantora y entramos, por que ella así lo quiso, hasta su más íntimo secreto, su propia alcoba. Estaba guapísima, como cuando sonríe siempre, con su faca gitana entre los hermosos dientes. Y tercera portada, cuando trajo a su niña, hoy respondona, la que vino del Perú, y con ella yo visité en su casa entonces de cerca de Madrid, en la Moraleja. ¡Qué frágil es la memoria si se quiere no recordarla, pero qué fuerte cuando en el momento de ponerla en pie, como un monumento al recuerdo de cada vida!

Escuché mucho este verano a nuestro Paco Montalvo con su violín, inolvidable. Es un monstruo como lo es Pepe Toscano con su recuadro Tico de Oro en la revista Toreros cordobeses, que siempre se empeña en mandármela, con tanta Córdoba dentro. Gracias. A ver cuándo me pruebo, de este año no pasa, ese sombrero cordobés que me tiene prometido.

Y la fecha de Manolete, cada vez más vivo, cada vez más leyenda. Otoño, a la puerta toca. Y Ortega Cano deseando volver después de lo del otro día. Deshoja su margarita como tantas otras veces. Desde aquí mi consejo: Maestro cartagenero, ya está bien. A seguir toreando, sí, pero en la vida, que tiene usted toros muy difíciles que lidiar todavía. Pero esa sangre que no dimite, que hasta cuando habla de su niño, tan lindo, el último, va y dice, mirándolo desde arriba:

--Os quiero advirtir que ya tiene maneras.