-Tiene 33 años, ha publicado 15 libros y ha vendido 800.000 ejemplares. ¿Cuál es la siguiente meta?

-Pues seguir trabajando, porque esto no sabes nunca cómo va a ser mañana. Sabes dónde vas a estar hoy, pero no dónde estarás mañana. Entonces, mi reto es poder seguir escribiendo.

-En la actualidad, escribe sus libros y colabora con la revista ‘Cuore’. ¿Y todavía le queda tiempo libre?

-No (ríe). Un poco, sí. Dice mi padre que si uno se organiza tiene tiempo para todo. Yo creo que la cuestión es organizarse y dormir poco.

-Ahora publica la bilogía ‘La magia de Sofía’ y ‘La magia de ser nosotros’.

-Van de esas pequeñas cosas que no apreciamos hasta que las perdemos. Sofía es una persona que está muy a gusto en la situación en la que está. Yo creo que nos hace falta también aprender a disfrutar de lo que tenemos, porque siempre estamos buscando algo nuevo, conseguir otra meta. Y muy pocas veces decimos qué superbién estoy, voy a disfrutarlo. Habla un poco de eso.

-Héctor y Sofía luchan por recuperar la magia que perdieron. ¿Se puede mantener el amor sin renunciar a los sueños?

-Es complicado, porque muchas veces pensamos que querer es convertirte en el 50% de tu tiempo. Entonces, yo creo que la base de toda buena relación es mantener el 100% de uno mismo, incluyendo los sueños individuales, que nunca se tienen que perder en pro de lo común.

-Sus personajes son individuos perdidos, cargados de culpas. ¿Tanto pesan las mochilas?

-(Ríe). Me gusta el drama. No lo puedo negar, pero sí creo que cargamos con bastante más peso del que nos damos cuenta. Sabemos de algunos pesos que llevamos en la mochila, pero muchos los llevamos ahí siempre y no nos damos cuenta. Y, además, esa mochila suele hacer que repitamos los mismos errores siempre.

-El género ‘chick lit’ tiene éxito entre las lectoras, pero al mismo tiempo no está lo suficientemente valorado.

-Todo lo que se catalogue dentro del amplio espectro del género romántico suele estar un poco denostado. Porque tiene unas connotaciones que no siempre son positivas. Las etiquetas son necesarias, pero hay que dejarlas un poco atrás porque a veces las etiquetas lo único que hacen es limitar.

-¿Por qué cuando hablamos de literatura romántica la enfocamos en las mujeres y descartamos a los hombres? ¿Tenemos tan poco corazón?

-No, no. Qué va. Además, últimamente se está dando mucha voz a los hombres dentro de la novela romántica. Yo meto también la voz de un protagonista masculino. Alterno capítulos porque me parece que justo eso es lo que hace que la historia sea más redonda

-Cuando escribe, piensa en sus amigas, que además le inspiran, pero luego son muy críticas cuando le leen. ¿Amigas para eso?

-(Ríe). Pero a mí me gusta así. Muchas ni siquiera me han leído. Tienen los libros en el salón (ríe). Yo creo que los amigos son siempre un anclaje a la realidad. Además, entiendo que también tienen derecho a la pataleta por todas las cosas que les robo de sus vidas para meterlas en los libros (ríe).

-Valeria, Silvia, Sofía, Martina. ¿Ninguna es usted o todas tienen algo suyo?

-Ninguna soy yo y todas soy yo. Es como una mezcla. No hay ninguna que sea exactamente yo, pero todas tienen cosas mías. Se deja mucho de uno en ellas, y más cuando hablas cosas tan cotidianas.

-Cuénteme algo que le haya contado una lectora y que hasta ahora no se ha atrevido a escribir.

-(Ríe). Me han contado desde que han reactivado sus vidas íntimas con sus parejas a infidelidades también.

-¿Tiene mucho sentido leer novelas de amor en un mundo tan desquiciado?

-Tiene más sentido que nunca. Hay que encontrar la paz en algún lado. Hay que soñar.