En verano del 2011 cerró El Bulli. Reflexionó sobre lo hecho, lo compactó en un catálogo razonado y alumbró un método sobre innovación -Sàpiens- aplicable, asegura, a otras disciplinas. Decidido a compartirlo, Ferran Adrià (L’Hospitalet de Llobregat, 1962) vuelve a la cala Montjoi con El Bulli 1846. De momento, saciará el hambre de talentos creativos con capacidad de expandirse.

-Si abrimos su cerebro, ¿qué encontramos?

-Neurocientíficos y psicólogos de EEUU que nos estudian a mi hermano (Albert Adrià) y a mí no se ponen de acuerdo sobre si hay algo genético. Padre, estucador; madre, ama de casa. Gente normal que hacía cosas normales. No nos gustaba comer. No queríamos ser cocineros. Mi opinión es que algo genético hay, ¿no? Yo jugaba en el Santa Eulalia, me entrenaba cada día y nunca llegué a ser Messi. No puedo ser increíble en cualquier campo.

-La incógnita no se despeja.

-Creo que si abren mi cerebro encuentran conexión.

-¿Conexión de qué tipo?

-En los 40 años de profesión, he trabajado con gente increíble y he hecho en El Bulli algo increíble. La experiencia me proporcionó conocimiento, pero Sàpiens conecta el conocimiento. No de manera neuronal. Es un enfoque de la innovación: orden, comprensión, diversidad, complejidad. Es pensamiento sistémico. Peter M. Senge desarrolla esta idea en La quinta disciplina.

-Adiós a la esferificación, snif.

-Siempre tuve una obsesión positiva: poner orden para no copiarme (los artistas no suelen querer ver su pasado para no ver que se copian). Y ningún creador es capaz de ser brillante durante 60 o 70 años, a no ser que cambie de ciclo.

-Que es lo que ha hecho.

-Sí. El propósito de El Bulli era abrir caminos, buscar los límites. Llegamos donde llegamos porque no se trataba de crear platos, nos cuestionamos qué era la cocina. Éramos felices intentando hacer algo que no se hubiera hecho en la historia. De una manera disruptiva, encontramos los límites. Creamos lo que el dadaísmo al arte conceptual.

-El arte en cocina acababa en el retrete.

-Es lo que hay. Pero antes provocas una experiencia intelectual. También soy muy estratégico y veo venir los tsunamis.

-¿Qué vio esta última vez?

-Si El Bulli hubiera sido un negocio, pues a seguir ganando dinero (a partir del 2007 ganamos mucho). Pero mi referencia es el mundo del arte, y cuando intentas hacer vanguardia, tienes que ser lo más puro posible. Hice lo que quería y luego había que ganar dinero. Montamos una estrategia de negocio, asesorando a empresas, que nos permitió tener una fundación. Y hace 12 años que buscamos cuál será el nuevo cambio. También en pintura se preguntan: «¿Qué hacer después de un cuadro blanco?».

-Usted, guardar los pinceles.

-Lo que sí sé es que la innovación y la creatividad nos hacen mejores, y que las consecuencias son imprevisibles. El 50 por ciento de las pymes no duran más de cinco años; si explicamos nuestra experiencia, las podemos ayudar.

-¿Cómo explicar el impulso creativo?

-Es como tener ganas de sexo. En mi caso, es un instinto sadomasoquista. En El Bulli, mi vanidad creativa estaba supercubierta, pero el impulso sadomasoquista sigue. Necesito retos.

-Roza los 60. ¿qué busca?

-Pasármelo bien. Víctor Grífols, uno de los hombres que más admiro, tiene una frase que me apropio: «Para lo que me queda en el convento...»