Me ha dicho un piloto que vuela un día sí y otro también por la ruta de América que desde hace unas noches se ve un raro resplandor sobre su casa y su mesilla de noche. Una estrella más, maestro. Y yo que escribí el viernes, el otro pasado, cuando aún no había llegado ese domingo de pena, que lloró tanto no solo Córdoba, sino Andalucía entera y además toda España en todos los medios.

Se nos había ido usted de pronto, maestro, y yo salgo en domingo por peteneras, que es un cante triste, sin duda, sin poder siquiera haber escrito su nombre, don Pablo, y sus dos apellidos, García Baena, que yo debía haber escrito, maestro, por baeneras, llorando sobre su hombro, maestro.

Pero ya sabe usted, don Pablo, que en este periódico todas sus columnas, las romanas, las musulmanas, todas, hablaron, escribieron de usted, además de con admiración, con pasión, con amor, con cariño que, incluso, es más fuerte. Y yo buscando rápidamente entre este inmenso montón de libros que me cerca, que me acosa, que casi me guarda para protegerme de los demás, torres de arena de mi correo de versos. Y encuentro todo lo que hay de Cántico y lo suyo porque usted es, fue, además, de Cántico. Y me he convertido esta semana, con su permiso y su ejército de poetas, en Cántico Medina, y me perdona, maestro, por el juego de palabras.

En fin, maestro, perdóneme si hoy escribo por baeneras, que hasta me pongo lírico, siendo como soy un corresponsal de guerra, de la guerra diaria de la vida. Me contaron un día que usted, a veces, sonreía leyendo este viejo perol que cada día no es más viejo sino más antiguo y tiene el regusto de los viejos peroles, ese sabor final requemado, mágico, nuestro.

Y además de eso, decirle maestro, que me voy a permitir, con su venia, ya sus versos en mi mesilla de noche, que es cada vez más de día, pues que hay algunas cosas que contar de Córdoba la nuestra.

Éste ha sido un tiempo, estos últimos días, digo, de toreros cordobeses. Manuel Díaz y el joven maestro Julio Benítez en la tele con Bertín Osborne, que tanto quiere venir un día hasta Vllalobillos y estar en la bodega o donde sea con ya saben quién, que a veces creo que no quiere que de él se sepa más. Viejo lobo solitario que no ha perdido ni su aullido ni su fuerza.

El Papa Francisco, quiero que le hagáis un sitio en el Amazonas, donde yo hice un día Princesa, pero princesa de verdad, no como ahora llaman a María Lapiedra. Y perdonen que lo mezcle todo, juntos pero no revueltos, a la infanta Cristina de Borbón, que dicen que tiene depresión, como quien no le da importancia. El otro día lo quise decir en la tele. Pero vamos a ver, cristianos, ¿pues no es el juez José Castro hijo predilecto nuestro desde hace unos días, uno de los protagonistas de esta historia humana de la fragilidad de los seres humanos, entre los que me encuentro?

Córdoba, clara, maestro don Pablo. Para usted y por escrito me pido, le pido, el Premio Cervantes, que igual este año, fíjense lo que les digo, igual este año 2018 se lo iban a dar según mis referencias, que a veces no siempre soy hombre bien informado por mis cercanías, más bien por otra cosas que no quiero estar en la pomada, como ahora se dice, porque no hay nada que me quite el dolor, ese dolor, de la ausencia.

Maestro, ya le habrá abrazado, estoy seguro, Pablo Neruda, que ya hace mucho tiempo, en su casa de Isla Negra, me habló de Córdoba y de Cántico como tierra de poetas, cuando hablando me dijo aquello de:

-Federico García Lorca era enviado especial de la alegría.

Pues, y usted, ¿qué era entonces maestro, sino un enviado especial de la poesía?

En fin. Toreros, poetas, es la Córdoba que más me gusta aunque claro que sé que hay otra, por supuesto que sí, pero no me pertenece, o la que a veces me dicen «es que siempre habla usted bien de Córdoba y es como si mirara usted para otro lado».

Vale. Es cierto. La mía la cuento yo en este perol, que no quiero que se me queme ni que no tenga todo lo que necesita un perol para ser gloria bendita. Ni una rama de ortiga, ni de adelfa, que aunque es bella dicen que es venenosa. Claro que miro a otro lado, esa es mi alegría y a veces también mi cruz, no crean. ¡Ay, esa nueva estrella en el cielo, maestro!

¿Por qué no hacer, si es que no se ha hecho todavía, un premio que lleve su nombre? ¿Por qué no encargar a José Manuel Belmonte, sembrador de buenas esculturas, una mesa de camilla, con su tapete, incluso, como la que tenía en su casa, hoy de oración y pasión al mismo tiempo, don Pablo, en su rincón de la vieja Córdoba, inigualable? Ya saben donde me tienen, dispuesto a luchar por Córdoba.