Ricardo García Vilanova ya no recuerda las veces que ha visitado Libia: «30, 40, 50 o más. No lo sé«. Y cada vez ha permanecido el tiempo suficiente como para «ganarse el derecho a fotografiar» a los protagonistas de sus historias, porque, «de lo contrario, es imposible explicar bien lo que pasa».

«No creo en el periodismo de paracaidismo, que llegas y te vas», dice en una entrevista con EFE el fotoperiodista catalán, que el próximo 15 de enero publica La encrucijada Libia. Pasajes mortales a Europa, un ensayo fotográfico en el que reúne diez años de trabajo y 82 fotografías.

En las antípodas del paracaidismo, el libro recorre con tiempo y conocimiento del terreno la ruta migratoria que pasa por Libia para llegar al Mediterráneo, donde mueren cada año miles de personas a las puertas de Europa.

Una ruta durísima que empieza mucho antes, en los países de los que huyen los migrantes y refugiados, y que García Vilanova muestra con la proximidad de quien conoce bien a quien retrata y con la profundidad de quien evita quedarse en la superficie.

«Lo que pasa en Libia es un drama de enormes dimensiones, pero no se puede estigmatizar a todo un país, es necesario contextualizar», argumenta, y eso es exactamente lo que hace en este libro que empieza en 2011, con la Primavera Árabe, y continúa con las tres guerras que ha sufrido el país durante la última década y que lo han convertido en intersección de rutas migratorias muy peligrosas. El libro está dividido en tres partes: una primera en la que muestra rescates en el mar y centros de detención en Libia, una segunda sobre las tres guerras y una tercera que aborda la situación de los países de origen de los refugiados.

Para entender por qué Libia se ha convertido en una de las principales y más duras rutas de emigración hacia Europa «hay que comprender el problema interno del país, con el sur en una situación de desgobierno que facilita a las personas que migran cruzar fronteras y a las mafias cazarlas para su explotación».

El libro incluye fotografías tomadas en los países de origen de los refugiados, que huyen de conflictos como los de Gaza, Nigeria o Siria, o de situaciones de emergencia humanitaria como las de Chad.

También hay imágenes de traficantes de personas conduciendo camiones de refugiados en Agadez (Níger), rumbo a Libia.

«En las zonas controladas por las mafias internacionales es muy difícil entrar. De hecho, todas las fotografías de centros de detención que se han publicado están hechas en centros gubernamentales. Sólo una mujer libia ha logrado fotografiar con el móvil uno controlado por las mafias», aclara.

En estos últimos es donde ocurren las terribles torturas y abusos que narran los refugiados rescatados en el mar. «Todo lo que narran realmente ocurre. Las mafias secuestran y venden personas, pero eso no pasa en todo el país, solo donde ellos controlan», insiste. «Es muy importante que haya periodistas en las zonas de conflicto, porque las cosas que no se cuentan parece que no ocurren. Pero en el mundo hay muchos lugares donde no hay ningún periodista», lamenta.

García Vilanova no quiere narrar las cosas desde fuera, siempre intenta estar dentro, y eso tiene sus riesgos, como él sabe muy bien, ya que estuvo más de seis meses secuestrado por ISIS.

«Como siempre digo, eso fue un accidente laboral y así hay que tomárselo. No hay que darle más vueltas porque los periodistas somos transmisores de historias», zanja. Él sigue asumiendo riesgos porque cree que «el goteo constante de informaciones da herramientas a la población para exigir políticasque cambien las cosas».

No obstante, es consciente de que «cada vez es más difícil que un medio de comunicación sufrague los gastos de un viaje a zona de conflicto» y «la sociedad cada vez muestra menos interés por las cosas que cree lejanas».