Un hombre pasea a su perro por la calle a las 5.30 de la mañana mientras un gato sale de debajo de un coche y entra en el patio del colegio donde los mininos van a echarse novia a deshora.

La luna se hace notar con poderoso brillo en el cielo y clarea la oscuridad en este tiempo donde siempre es de noche y sientes por las calles aquel miedo de cuando niño.

Parece que han cambiado la hora para dar cobijo legal a la lobreguez, a las tinieblas y a la soledad de quienes necesitan estar un rato fuera de casa como contrapunto y armonía de su vida. Lo que no hacen algunos políticos, que no salen de sus despachos ni de sus apartamentos y no se enteran de la vida.

De la que ocurre, por ejemplo, sábados y domingos, martes y miércoles, cuando hay Liga o Champions League a las nueve de la noche y juegan el Madrid, el Atlético, el Sevilla o el Barça y te tienes que ir a verlos a un bar, para hacerle negocio, por ejemplo, a Dani, a Pedro José o a Paco el Paisa, gentes a quienes conoces y deseas su bien en la vida y en su negocio. Por media hora.

El miércoles solo pude ver el primer tiempo del partido entre la Juventus y el Barcelona, a las 21 horas, porque a las diez de la noche tenía que cerrar el bar. Si algún político -en este caso, de la Junta de Andalucía- fuera aficionado y no tuviera la conexión en su casa hubiera luchado por un permiso hasta las once, para dar vidilla a aficionados y dueños de bares, que con esos partidos consiguen que sus negocios no mueran.

Ahora los bares, cafeterías o pubs cerrarán a las 22.30, pero nos seguirá faltando el cuarto de hora de la resolución, esos 15 minutos finales donde el Real Madrid sienta cátedra.

Quizá hablamos de la simpleza y frivolidad de quince minutos de un partido de fútbol porque en este tiempo todo parece de noche y el comportamiento político a veces pertenece a una época sombría falta de imaginación donde el mandatario lucha por un confinamiento piramidal a su medida cuya finalidad es hacer lo contrapuesto a la lógica, a la belleza e incluso a la normalidad de comportamientos excepcionales como los de Cataluña y el País Vasco.

Menos mal que el Centro Intergeneracional se ha abierto brecha en la pandemia y sigue dando clases, aunque sean on line, en Córdoba, Cabra, Lucena, Montilla, Peñarroya-Pueblonuevo, Pozoblanco, Priego, Puente Genil y Villa del Río, sedes a las que se han unido este curso las de Palma del Río, Posadas, Baena y La Carlota, que ya está bien de que los pueblos salgan en el periódico solo por tener contagios de covid-19.

Lo mismo que el Papa Francisco que, a pesar de sus años, está diciendo, con mascarilla, verdades de jóvenes, nunca dichas antes desde el Vaticano, sede terrenal de la Iglesia Católica. Ahora, contra los más papistas que él, ha dicho que sueña con una Europa sanamente laica, «donde Dios y el César sean distintos, aunque no contrapuestos».

Comienza noviembre en este tiempo donde siempre es de noche, los partidos de fútbol no tienen final lógico en los bares y Madrid es una ciudad que empiezas a desconocer con su actual presidenta, Isabel Díaz Ayuso, aunque tu hija viva allí y hayas construido en sus calles, colegios, pisos y universidades tu pensamiento.

Lo bueno de este tiempo oscuro de noviembre, donde siempre es de noche, es que sus protagonistas son quienes te hicieron, tus padres, que ya llevan tiempo enterrados pero viviendo en tu mente, donde les has construido un paraíso desde el que te saludan y te sonríen. Lo más parecido a Cosmopoética, ese tiempo de Córdoba tan peculiar que fabrica el arte en noviembre y que este año nos mostrará a Silvia Pérez Cruz, una manera de cantar que se mezcla con el sentimiento, los versos y la belleza de una canción capaz de cambiar la oscuridad de la noche por un brillo de luna.

O Antonio Manuel, excolumnista de este periódico, un jurista, escritor, músico y activista que siempre anda en la brecha. Como los relámpagos de la poesía, que sirven para que no acabemos nunca en ese fácil y peligroso confinamiento mental que nos acecha, donde siempre es de noche.