Ya saben a lo que me refiero. Y también a quién me dirijo. Hay veces que de todo lo que tengo preparado a lo largo de la semana, de repente todo se me va a la mierda, he escrito mierda, que también está en el diccionario, y escribo lo que me viene en gana porque a estas edades uno debe escribir en la libertad, que mucho tiempo no tuvo.

Por eso, hoy, reciente lo sucedido, pues me viene a cuento, nunca mejor dicho, lo de la diadema de la reina Letizia, cuando la otra noche, solemne noche, va y se pone, o la obligan, que no lo sé, aunque si uno no quiere no se deja, a colocarse la diadema de brillantes, que vale un huevo y la yema del otro, de la visa de su marido el Rey. Vale. No fue fácil, no solo ponérsela, que necesitó ayuda de varias manos, sino llevarla después, saberla llevar, que es un milagro porque no hay que olvidar lo que dije el otro día en alta voz, que a alguno molestó: «Tratándose de una reina de izquierdas». Porque lo es. Todo sea por los sacrificios de la monarquía por seguir adelante. No sé por qué, el peso de esa diadema me obliga a pensar que fue un sacrificio, que apunto de un lado, porque no hay otro remedio, y por otro, que le gustara colocársela a la Reina. Y llevarla con cuidado para que no se le viniera abajo. Si ni es fácil ser Rey de España con lo que está cayendo, ya me dirán si no es difícil para su consorte, con suerte, viniendo de donde viene, me refiero al pensamiento.

En fin, por eso hoy, la diadema, la nuestra, es de papel, en este tiempo de carnaval en el que estamos. Me viene a la memoria aquel día que la infanta Pilar, la hermana del rey emérito, me dijo en un aparte aquel día que acudimos a una cita con la hija de Adolfo Suárez que murió de cáncer: «Yo ya tengo, amigo Tico, mi corona personal, y no necesito otra. Esta, de mi pelo, que está blanco por los años. Es la diadema de la vejez, la más hermosa que existe».

Claro, es la verdad. Pero nuestra diadema de hoy no es la más efímera, porque está en el joyero de la hemeroteca de nuestro periódico, pero vamos a que reluzcan como si fueran verdaderos, que a veces lo son, los brillantes que la pueblan. A ver si no.

Por ejemplo, hacerles saber que quizá el único caballo que pintó en su vida, en su larga vida, la duquesa Cayetana de Alba fue el que me regaló con cariñosa dedicatoria. Es mío y de los míos y ha sobrevivido a muchas mudanzas y naufragios. Su hijo Cayetano, que no quiso estar, por cierto, en lo de Urdangarín, según sus propias declaraciones, en un asunto que le propuso, ha reconocido que mi caballo es único y lo quiero decir en esa tierra del caballo y los caballeros por excelencia, lo que cuento con orgullo y alegría.

Decirles también que se van a llevar mucho los metales en la ropa, aunque sean metales nobles, y lo digo en la tierra de los mejores plateros del mundo, como todo el mundo sabe. Y me gustaría asomar a nuestras ventanas el rostro de Jordi Hurtado, que ya saben que es tan humilde como intenso, uno de los rostros más populares del momento, el de la tele a la hora de la siesta, que tanto nos divierte y sobre todo nos enseña. Dándole las gracias por las veces que ha hecho aparecer Córdoba y lo cordobés en su programa Saber y Ganar, que ha cumplido 20 años ya.

A propósito de Hurtado, el nuestro, al que siempre dicen de él en el Congreso «el de la pajarita». Pues quiero decir que Antonio Hurtado es muy bueno, porque siempre pone en órbita cosas que no han sido resueltas.

¿Quién me ha dicho que Pepe Reina cuando deje de ser portero podría ser el mejor entrenador del Córdoba? Tiene el arcángel con él, lo lleva en el hombro. Por lo menos llevaría alegría y veteranía al equipo. Es un rumor sin fundamento, pero que podría convertirse en realidad.

Y, desde luego, mi felicitación de todo corazón a los que han merecido las distinciones de la Junta de Andalucía con motivo de nuestro día, que es el martes. La presidenta Susana Díaz me envió la invitación, como orgullosamente soy medalla de Andalucía, pero no podré asistir. Y felicidades a India Martínez y Lourdes Mohedano, justo merecimiento a vuestra casta y vuestra raza.

Volviendo a las diademas, a mí me gusta más la peineta. Mi madre se casó con su peineta puesta. Estaba bellísima. Guardo esa vieja foto, mi madre, que en paz descanse. Y a propósito, ¿quién pintó la peineta en la cabeza de la mujer? Que hay que saber ponérsela en la Semana Santa cordobesa, que está llegando. Ya lo pintó también como nadie nuestro Julio Romero de Torres, al que acabo de volver a leer la entrevista que en su día le hizo El Caballero Audaz, que era de Montilla, capital del vino dorado.