¿De verdad se aburren ustedes? ¿De verdad tienen un tiempo hueco y vacío en el que participan en una clase grupal de gimnasia, ven un función de la Royal Opera House, hacen pasatiempos por internet, recorren museos en la virtualidad de su ordenador o planean con los vecinos montar para mañana un bingo de balconing? Vamos, vamos, que no será tanto. Aunque ya pido de antemano disculpas a las personas que verdaderamente se aburren, pero con ese aburrimiento que no se disfruta, que no deja la cabeza tranquila, que a cada instante se convierte en desesperación por el presente, por el futuro, por el miedo, por la preocupación por el dinero que no va a venir, por los seres queridos que ojalá se encuentren bien, por la hipoteca que el Gobierno no va a resolvernos y el alquiler que difícilmente podrá pagarse... Ojalá estas personas puedan distraer ese horrible aburrimiento con vídeos, chats o lo que sea.

Agradezco de todo corazón los vídeos humorísticos para los que miles de personas están encontrando tiempo. Agradezco el taller de mascarillas que me ha enviado B., porque como no es fácil conseguirlas en las farmacias, podemos al menos encontrar un sucedáneo para cubrirnos nariz y boca. Lo agradezco todo, la verdad, pero, a fuer de sincerarme, debo decir que el teletrabajo no es un sueño hecho realidad, no del todo, la verdad, que va pelín más lento -y mira que me han puesto tecnologías que no podría explicarles aunque quisiera, porque claro, la lenta soy yo- y que produce dolor de cuello. Vamos, dolor del «respaldar» completo, como diría Ignacio T. desde Badajoz (recuerdos). Y eso que tenemos instrucciones para hacerlo bien, pero ya se sabe cómo somos de inconscientes.

Escribo después del aplauso, del himno de España y del Soy Cordobés, que hoy ha sido añadido, coreado a voces enérgicas a lo largo de la calle y culminado con un «viva Córdoba» que me parece estupendo. Hay que superar las vergüencillas, bastante tenemos con el encierro. Para mañana me gustaría la de Hechicera cordobesa, pero vamos, no me pongo exigente con eso. Ni con nada. Hoy estoy menos negativa, probablemente por el efecto que produce ver que de momento tengo un problemilla, aquí, encerrada, sin poder pasear, con riesgo de comerme todo lo que se ha comprado de provisiones (miento un poquito, no hemos comprado tanto, tendremos que ir a por más: por cierto, que en Piedra dejan pasar un máximo de 5 personas, guardando perfectamente la distancia y medidas de seguridad), saturada de internet en todas sus variantes... Cuando la mayor parte de la gente tiene un problemón, de los gordos. Un problemón económico, de soledad, de conciliación familiar, de riesgo de depresión... A mi wasap llega incluso la preocupación por las mujeres que deberán pasar día tras día encerradas con su maltratador. No lo había pensado, la verdad, pero es gordo. Y los que no tienen techo, y los sanitarios que están trabajando a destajo, sin descanso, y las otras profesiones de servicios públicos o privados, algunas sin protección suficiente contra el virus... Y los casos de coronavirus, que han pegado un salto en Córdoba, de 41 a 68 en un día (los detectados), lo que convierte la famosa curva en una cuesta arriba tremenda.

Hoy, la verdad, me he levantando pensando que si nosotros no estamos acostumbrados a estar tanto tiempo en casa, las casas tampoco están acostumbradas a tenernos tanto tiempo dentro. Me refiero sobre todo a los pisos, que si hay patio o jardín la cosa cambia. Las casas están acostumbradas, pobrecitas ellas, a que nos marchemos por la mañana, volvamos para almorzar -en su caso-, regresemos al trabajo y, en líneas generales, entremos y salgamos continuamente. Más con el clima que tenemos en Córdoba. No están ellas preparadas para la carga que les ha caído encima, de unos seres humanos metidos todo el día dentro, asomándose a las ventanas, venga a lavarse las manos, sentándose en todos los sillones, abriendo un millón de veces el frigorífico, poniendo música contradictoria, con la televisión agotada, el wifi que ahora resulta que se quejan las compañías por el gasto (je, je)... El cristal de la mesa del cuarto de estar se resiente y protesta, la alfombra del pasillo necesita una limpieza más frecuente, los habitantes chocan en su deambular… No sé, que me he levantado pensando en las casas, y ese es un pensamiento tan válido como otro cualquiera en estos tiempos.