-En Las fiebres de la memoria indaga en las aventuras y amoríos de su tatarabuelo, que huyó de París en 1847 y recaló en Nicaragua.

-Es la historia de una intriga familiar que empecé a comprender cuando ya era mayorcita. En principio, lo único que sabía es que tenía tres abuelas. Y eso era extraño (ríe).

-La imagen de la mujer en la literatura la construyó el hombre. Ahora usted lo hace al contrario: escribe en primera persona como si fuera un hombre.

-Sí. Me retó la idea de poder encarnar a un hombre en una situación tan compleja como la que le enfrenta. Y fue difícil pero también fascinante, porque yo creo que las mujeres tenemos una capacidad bastante grande de ponernos en los zapatos de los demás.

-Como feminista le ha costado escribir esta novela en la que su ancestro estaba acusado de haber matado a su esposa. Fue un trabajo detectivesco.

-Sí. Fue un trabajo detectivesco. Y al final, bueno, me reconcilié con él un poco. Pero también me pareció importante hablar de esas circunstancias, porque las estamos viviendo tan a menudo, y de cómo las mujeres al final le salvan la vida también.

-Como escenario de fondo, cuenta todo lo que fue la inmigración de Europa a Estados Unidos en aquellos años.

-Esta es una época de emigraciones. Y esa es la otra parte que me pareció fascinante escribir que era cómo la identidad se transforma cuando uno emigra. Cómo uno se tiene que inventar a sí mismo. Y eso viene en parte por mi propia experiencia, de que viví muchos años en Estados Unidos y nunca me sentí que era yo hablando en otro idioma, por ejemplo. El español se convirtió en mi refugio, en mi ser.

-Novelista y poeta, feminista y abuela de cinco nietos. Vivió la revolución sandinista de los 80 y ahora la derrota de la revolución. ¿Inevitable?

-Bueno, no debería haber sido inevitable. Lo que pasa es que los personajes hacen la historia también. Y en el caso de Daniel Ortega nos encontramos un tipo que nunca debió haber tenido la figuración que tuvo y que, al llegar a tenerla, se aferró a ella de una forma casi patológica. Y entonces ha creado un monstruo de sí mismo.

-La frase es suya: “La izquierda fracasó en América Latina por una tendencia totalitaria”. ¿Por qué y cuándo se rompió el sueño?

-El sueño se empezó a romper, creo yo, cuando toda esta gran esperanza de que, cuando la izquierda llegue al poder, se empieza a manifestar en que no saben administrar el poder de una manera democrática y empiezan a querer perpetuarse en el poder y a usar métodos muy autoritarios en el poder. Y empiezan a querer hacer una especie de transacción: Yo te doy justicia social pero no me pidas libertad.

-400 muertos y 30.000 huidos. Califica la represión de Ortega como más cruel que la Somoza. ¿Sin exagerar?

-Sí. Sin exagerar. Porque Somoza estaba luchando contra un ejército guerrillero y este hombre ha estado luchando contra una población desarmada.

-¿La solución la tienen los jóvenes?

-Sí. Yo pienso que sí. Definitivamente, mi generación es una generación interesante porque tiene en la sangre el ardor contra los tiranos. A mí me parece que hay una experiencia colectiva que se ha transmitido, ¿no?, y que no le permite aceptar que se vuelva a repetir la historia.

-A la lucha de la mujer falta incorporar el hombre feminista. ¿Solamente?

-No solamente. Pero pienso que es una tarea muy importante que el hombre se una a esta lucha, porque realmente es un fallo profundo en la sociedad la desigualdad. Y tratar de solucionar ese problema de la desigualdad no es solo un problema de las mujeres, porque a todos nos afecta. Entonces, hay que reclutar a los hombres.

-Para ser un país tan pequeño, Nicaragua tiene superávit de poetas. ¿El virus os lo inoculó Rubén Darío o eso lo da la tierra?

-Yo creo que la combinación de ambas cosas. Los volcanes, los lagos y Rubén Darío.

-Le encanta que la vida le dé sorpresas. ¿Cuál espera ahora?

-Espero una Nicaragua diferente.