-Una Flores haciendo un Brecht. El imaginario colectivo está al borde del cortocircuito.

-Eso presupone un prejuicio respecto a los Flores y respecto a Brecht, ¿no le parece?

-Cierto. Corrija la simpleza.

-Al haber una imagen -casi- mítica de mi abuela y al estar los González-Flores expuestos durante mucho tiempo, hay un relato sobre la familia que, visto de cerca, no se corresponde con la realidad. Cada uno hemos seguido adelante con nuestras vidas, y lo que le iba bien a uno no tiene por qué ir bien a los demás.

-De niña quería construir puentes colgantes.

-Pero a los 13 años me apunté en el Estudio Corazza de interpretación. Llegar hasta aquí es producto de un cúmulo de pequeñas decisiones y, también, de mucho permiso de los míos para ser yo.

-«Eres la salvaje que hay dentro de todos nosotros», ha dicho su tía Lolita.

-¿Eso ha dicho? Pues creo que me gustaría ser más salvaje de lo que soy.

-¿Más? Quema cuando su Nairobi dice aquello de: «Empieza el matriarcado».

-Ahí sí. Propuse al director mirar a cámara mientras lo decía y salió bien. Pero fuera de cámara rara vez miro así.

-¿Qué subrayan los que la dirigen?

-A mí los halagos me cuestan un poco. Pero, así, en general, suelen decir que quiero ir al fondo, que me entrego.

-¿El lado gitano limita?

-Hay mucho antigitanismo, pero por encima está la fobia de clase. Hay quien puede ser racista con inmigrantes, pero sus héroes son futbolistas de otros países. En mi caso pasa algo parecido. Como les gusta la serie, lo gitano se desdibuja. Eso demuestra que el racismo carece de argumentos.

-Es feminista, defensora de los derechos Lgtbi...

-Y ecologista, y vegetariana. Pertenezco a una generación que cada día tiene más conciencia social. Y no tengo miedo a pronunciarme. Creo que está habiendo un cambio de paradigma, y que la consigna de no posicionarse para no perjudicar tu carrera ya no sirve. Hay una oleada de compromiso porque la sociedad lo necesita.

-¿Eso provoca debate familiar?

-¡Para nada! A la hora de comunicar, mi familia se caracteriza por no tener pelos en la lengua. Mi abuela era muy libre a la hora de decir lo que pensaba, lo son mis tías y mi prima Elena (Furiase). Lo diferente, quizá, es que yo tengo mi visión.

-¿Qué cree que diría su padre si la viera ahora?

-Es una pregunta que me la hacen más desde fuera que yo misma. Me siento con su bendición para hacer mi vida, y para equivocarme también.

-Podría haberse dormido en los laureles.

-No habría podido. El otro día leí una entrevista mía de hace años en la que me preguntaban un sueño y yo respondí: «Me gustaría formar parte de una compañía y hacer teatro para la gente». Y lo he conseguido. Detrás hay convivencia, aprender a organizarnos de la manera más horizontal posible.

-¿La vida es una fiesta?

-Es una contradicción. Pero yo, Alba González Villa, soy ‘putonormal’. Y soy buena persona también.

-«Íntegra», la define su madre, quien mejor la conoce.

-Lo intento de verdad. Me cuesta aceptar cosas por cuestiones alimenticias o comerciales.

-¿A ella qué le debe?

-Ella me ha dado mucho aliciente para que sintiese curiosidad por aprender. Para mí, lo más preciado.