«Córdoba fue una gran y auténtica prisión de guerra entre los años 1938 y 1939 con 60.000 presos republicanos», afirma el doctor en Historia Contemporánea Francisco Navarro López. Esta es una de las conclusiones de su libro Cautivos en Córdoba (1937-1942), editado por Letrame, y que ayer fue presentado en la Casa Góngora. La publicación recoge una investigación inédita sobre la realidad y circunstancias de los 13 campos de concentración y las 30 unidades de trabajos forzados que existieron en Córdoba y su provincia durante aquellos años. «Nadie sabía que el convento de San Cayetano en la ciudad de Córdoba había sido el principal campo de concentración de la zona con cerca de 8.000 prisioneros», sostiene este investigador. En su opinión, este tipo de información ha estado «guardada», porque la Iglesia no quiere que se sepa que «fue cómplice de toda aquella represión».

Los campos de concentración se distribuían en la ciudad de Córdoba -el mencionado en el convento de San Cayetano y en Córdoba Vieja, cerca de Medina Azahara-, en el sur de la provincia, en el llamado «cinturón rojo» -Aguilar, Lucena, Montilla y Puente Genil- y en el norte, en localidades semidestruidas como Valsequillo. «Los campos de concentración del sur eran lugares de escarmiento, al aire libre. Eran un aviso para que la población no se sumara a los sublevados, porque si lo hacían iban a acabar encerrados allí», explica Navarro López, mientras que en los campos del norte se alambraban las poblaciones casi derruidas y «los metían como sardinas en lata».

Precisamente, en el campo de concentración de Valsequillo estuvo preso durante cinco meses el humorista Miguel Gila y lo cuenta en sus memorías. Este es uno de los pocos datos que no es inédito de toda la investigación de este doctor, que le ha llevado más de tres años y medio y que es su tesis doctoral para la Universidad de Córdoba. «Un hecho muy llamativo es que los prisioneros eran vascos, catalanes o valencianos. Es lo que se ha llamado turismo carcelario y con él se pretendía tanto evitar posibles fugas como apretar todavía más las tuercas de la represión», comenta.

También ha descubierto que en el campo de concentración de Cabra había 24 mujeres presas, a través de un cuadro con un mantón de Manila en el que se precisaba que fue bordado en ese lugar en 1938.

También existían en Córdoba 30 batallones de trabajos forzados, en los que las personas vivían en régimen de «semiesclavitud» y ellas trabajaron para la Iglesia, ayuntamientos y en las vías del ferrocarril. «Sin ir más lejos, la antigua prisión de Fátima de Córdoba la levantaron 400 trabajadores de estos batallones entre 1939 y 1944», asegura Navarro López.

En su opinión, queda mucho por investigar de toda esta época y le hubiera gustado poder profundizar más en documentos del Archivo Diocesano del Obispado y que no estuvieran clasificados como «secreto» otros muchos papeles de archivos militares.

«Tenemos la obligación de rescatar la memoria. Por supuesto, no con un afán de venganza, sino para buscar la justicia y la reparación para las víctimas», asegura este investigador de Aguilar de la Frontera.