Una amplia exposición recorre en el Museo Picasso de Barcelona la presencia de la cocina en el sentido más amplio en toda la obra de Picasso. La exposición, que cuenta con la colaboración excepcional de Ferran Adrià, establece además un diálogo entre el proceso creativo de Picasso y la creación culinaria contemporánea. Cerca de 200 obras procedentes de museos, instituciones y colecciones privadas de distintos países del mundo, entre ellos el museo del artista en París, presentan un recorrido cronológico por la vida y la obra de Picasso y permiten considerar al artista desde una nueva perspectiva. «Picasso llevó la cocina a la vanguardia», resume en declaraciones a Efe el nieto del pintor, Bernard Ruiz-Picasso.

Pintura, grabado, escultura, cerámica, poesía y teatro se impregnan en Picasso de la cocina, como elementos comestibles, pero también como el espacio donde se come o a través de sus utensilios cotidianos. El comisario de la muestra y director del museo barcelonés, Emmanuel Guigon, recuerda que «no se debe olvidar además el papel de los restaurantes como lugar de encuentro de las vanguardias, desde la taberna modernista Els Quatre Gats hasta el cabaré Au Lapin Agile de Montmartre, en cuyas mesas se sentaban las bohemias de la época y la pandilla de amigos de Picasso». La cocina de Picasso, que se exhibirá en Barcelona hasta el próximo 30 de septiembre, evoca en la primera sala la atmósfera de Els Quatre Gats, para el que Picasso hizo el menú y el cartel del plato del día, mientras que el grafismo de la taberna era casi exclusivo de Ramón Casas, autor del célebre cuadro que preside el espacio, Ramon Casas y Pere Romeu en un tándem (1897).

En el apartado dedicado a «la cocina cubista», aparte del Manifiesto culinario cubofuturista, se puede constatar cómo las cosas más sencillas del día a día entraban en la obra picassiana, como una cuchara real en Vaso de absenta (1914), una botella de Anís del Mono, el letrero de un restaurante como El restaurante (1914) o La botella de vino (1926). Los utensilios y los ingredientes culinarios son la base de muchas naturalezas muertas que se mueven en diferentes registros, desde la representación estética y alegre hasta la metáfora de la privación y el miedo durante la ocupación alemana de Francia.

En la exposición se pueden ver El Café de Royan (1940), ciudad costera donde Picasso permaneció durante casi un año tras el estallido de la II Guerra Mundial. Tras la ocupación alemana se instala en París, donde se adapta a los tiempos de guerra, hecho que se refleja en su pintura. Decoración, muebles, utensilios y comida se diseminan en sus bodegones: tarros y fruteros, pescados y crustáceos, morcilla y alcachofas, cuchillos y tenedores, mesas y sillas, mantel a cuadros azules y planta de tomas del estudio son «la encarnación de una abundancia fabulosa en tiempos de carestía».

En su ecuador, la exposición se ocupa del bufé Le Catalan, del cual Picasso pinta dos versiones en mayo de 1943, dedicado a este restaurante regentado por un catalán llamado Arnau, que se convirtió en el lugar adonde el malagueño llevó a amigos como Paul y Nusch Éluard, Dora Maar, Óscar Domínguez, Jacques Prévert o Apel·les Fenosa.

Diversos recibos del tendero, el quesero y el carnicero devuelven al visitante el contenido de la cesta de la compra de Picasso, que, como apunta el comisario, coincide en gran parte con lo que se encuentra en su pintura o en sus escritos.