Lo que más sorprende de César Rendueles (Girona, 1975) es su capacidad para enunciar ideas que, para algunos, podrían sonar incendiarias con una tranquilidad y un sentido común desarmantes. Hablar con él supone abordar desde un punto de vista nuevo -pero evidente- las grandes preguntas sobre nuestro ajado pero insustituible sistema democrático.

-¿Que el libro haya sido concebido entre el 15-M y la pandemia le da un significado especial?

-Bueno, no es que lleve 10 años escribiéndolo, pero sí es verdad que ha sido una época convulsa que he vivido con bastante intensidad.

-¿Cuál es la pregunta que echa a rodar su argumentario?

-En los foros en los que suelo moverme sentía cierta incomodidad al verme rodeado de gente sociológicamente muy parecida a mí. Me preguntaba dónde estaban los demás, los que no tienen carrera universitaria, los económicamente débiles. Y sobre todo, por qué no nos importa que no estén y hacemos como que no pasa nada.

-Hemos ido normalizando ese elitismo.

-Sí, incluso entre la gente que nos consideramos igualitaristas. Son reflexiones muy incómodas e intento reflejarlas de una manera amable, que no resulte fustigante.

-Define su libro como un ‘panfleto’ a sabiendas de la carga negativa de la palabra.

-Cada vez que defiendo políticas igualitaristas, en seguida me tachan de utópico o planfletario populista. Es una forma irónica de decir que lo asumo y subo la apuesta. Mi intención era escribir un libro dirigido a gente más conservadora que yo. Y lo hago porque creo que el igualitarismo puede ser un valor muy transversal. Hay gente de derechas más igualitaria de lo que imagina.

-Cuesta creerlo.

-Las cifras lo avalan. Cuando el CIS pregunta por la autopercepción en materia de clase social, prácticamente nadie responde que es de clase alta y casi nadie de clase media-alta. Existe una cierta repugnancia a sentirse por encima de los demás. Eso es una forma de igualitarismo al que tienden personas con valores más cercanos al centro-derecha del espectro político.

-Usted define la meritocracia como un espejismo que no se ajusta a la realidad.

-Los ideales igualitaristas forman parte del ADN de las democracias modernas. De hecho, en el periodo de profundización democrática posterior a la segunda guerra mundial, cuando se crean los instrumentos del Estado de Bienestar que hoy consideramos como una parte insustituible de nuestra sociedad democrática, también se produce una situación de fuertes dinámicas igualitaristas. Pero eso, en cierto momento, se truncó y comenzó una dinámica en la que los valores igualitaristas se transformaron en otra cosa, en la meritocracia.

-La igualdad de oportunidades, vamos.

-Eso es. Y ahí es donde nos han dado gato por liebre. Nos lo han vendido como una forma moderna, adecuada a las sociedades avanzadas, lo que en el fondo es un proyecto de circulación de las élites, un proyecto neolitista.

-Pero en los 60 y 70, muchos hijos de la emigración del campo a la ciudad se subieron al ascensor social y llegaron a la universidad.

-En el caso español eso tiene un punto de mitología porque el porcentaje de gente que accedía a la universidad entonces era del 1% de la población española, aunque es verdad que había ejemplos de gente muy talentosa.

-Que en la pandemia la única reacción haya sido aplaudir ¿no es bastante pobre?

-Pues sí. En un primer momento hubo gente que vio una ventana de oportunidades para defender los servicios públicos. Pero después se ha normalizado la catástrofe. Eso permite a las élites hacer intervenciones todavía más agresivas en defensa de sus intereses.