Todo se nos viene encima, cordobeses de mi alma, que somos únicos en el mundo. Capaces de llenar de flores las cruces del sufrimiento y convertirlas en señas de la gloria bendita. Milagro de nuestras formas de ser. Alegría, alegoría, del destino. Lo decía la semana pasada, ayer mismo como quien dice, Mercedes Valverde, que escribe en su libro esa historia que nunca acaba del todo, ¡sabe tanto de su protagonista¡. Así que sin querer lo adiviné. Tomen nota, es el de Julio Romero de Torres, que la habría pintado de haberla conocido en su terraza bajo el sol, entre rosas, mientras suena el agua, y su cocinera magnífica le prepara su pastel de perdiz.

Mientras tanto, me siguen llegando libros de mi maestro Julio Merino, por ejemplo, El Teatro, su teatro, y el aviso de que llega Josefina Bonaparte, que no sé si sabía del todo, como ya les conté alguna vez que otra, que le enviaban a Versalles, su hermano José, por correo diplomático a caballo, atravesando España, baba de los caracoles para sus posaderas, enfermas de hemorroides, por no decir almorranas.

Y perdonen, que ahora sigo. También me llega un libro precioso que se llama Relatos de Humor, de nuestra Pilar Redondo de toda la vida. Mientras que espero, sigo esperando lo de Paco Solano, ya saben, la Córdoba inédita, que si él lo dice, seguro que la hay, todo el mundo tiene su alma en su almario.

Veo, con alegría, que va a torear con nosotros, en nuestra plaza digo, entre otros El Juli, que está en su mejor momento y que un día hace tiempo me dijo:

--Cuando toreo en Córdoba siento como un rumor de mariposas, distinto, en el estómago.

Caracol, Vicente, aquel que venía de la tierra de la alcachofa, me confesó una tarde en Madrid:

--Es que Córdoba no sabe usted lo que sabe de esto.

Y le dio un pase al viento.

Feria del Libro de Córdoba, todos los días, que no hay mas que leer las páginas culturales. Viajo con Eva González frente por frente en el Ave. Una gloria, oigan mis lectores. ¡Es una mujer bellísima¡ Por fin le doy un beso, protocolario, en la despedida, ya en el avedromo, arriba de las escaleras. Le he enviado un abrazo para su esposo, el grande Cayetano, y un beso para su niño recién llegado.

Y lo he hecho, de parte suya, mis lectores cordobeses, que siguen ahí hoy domingo, a pie de obra. Me alegra, no saben cuánto, saber que a El Pele se le prepara un gran homenaje --me apunto-- con motivo de sus cincuenta años cantando. Cantando y bien, que es lo suyo. Veo con alegría, siempre lo he dicho, que el maestro Julio Anguita siga en la brecha de dar las clases políticas desde su honradez, su aire califal.

Escucho, no sé por dónde, a una niña de Córdoba, donde se está cantando muy bien flamenco, por que se lleva en la masa de la sangre, aquello que un día me cantó por teléfono, ahora lo cuento, que me lo tenía, no sé por qué, callado.

--Si amanece y ves que estoy dormida.

¿Por qué de pronto me asalta este pensamiento? Amarga y duele al mismo tiempo. Quizá porque me dijo aquel mismo día:

--No me fío de él, amigo mío, siempre vuelve, no se va desde el día que te toma...

Se refería al cangrejo, nunca decíamos su nombre. Me lo confesó Rocío Jurado, que me cuentan que quieren dar un premio que lleva su nombre, con todas las garantías de la gente del sur. ¿Por qué pedirme a mí consejo si yo solo sé del escalofrío del cante, de la verdad suprema de la copla?. Por mí, que cuenten conmigo. Me gusta escribir como siento, hablar como padezco incluso. Y decirle adiós, que se lo digo del alma, al maestro Iniesta, al que quizá este año le den el Balón de Oro, ya verán como es cierto. Y que se va a la China, tan lejos, a enseñar, si es que el duende se enseña, y a vender vino de su vino, que sé que tiene uno, blanco, frío, que se llama, me han dicho, que Judería. Y gracias, porque me da las gracias, cosa que no es frecuente, son los gajes del oficio, a nuestra doña Rosa Luque, que me dice que no para con el trabajo de nuestra academia. ¡Qué bonito, por cierto, el nombre del Mezquita de Oro!

Y termino, que nunca diré remato. A las cruces, a su número, el que haya, ya saben, añaden uno más, el mío. Que mi cruz, al menos este mes que empieza, voy a intentar en lugar de que sea de dolores, de flores, de amores, que no es lo mismo. Que por cierto, y a propósito, el otro día no sé dónde, pero en un patio bien guapo, un perol de cobre, lleno de flores frescas, margaritas de cuneta que daba gloria verlo. ¡Ay, cuando un día por fin consiga un patio donde suene el agua¡ Que no decaiga mi sueño.