Ahora que incluso en los ayuntamientos si hay igualdad de votos en las urnas se está usando tanto, quizá tanto, aunque sea de palabra, lo echamos a cara y cruz, concejales... Y se echa la moneda al aire, generalmente una moneda de un euro, que es ligera, tal vez demasiado voladora. Y se espera, tal vez con la respiración contenida, hasta que cae la moneda sobre el cristal de la mesa del despacho del alcalde, es un decir, o quizá en el suelo de madera brillante, o con el tapiz del pueblo debajo… «No me lo puedo creer, fijaos, es un milagro, comprobad que ha salido canto».

Dicen que no ocurre nunca, pero hay quien lo consigue, y por qué, con acento en la e, porque ocurre lo imprevisto, lo que no es factible, lo que nunca se había visto hasta ahora. Que es lo que más o menos está ocurriendo en la política o con los pactos. Llamo a los alcaldes de los pueblos que conozco, en general digo, y me dicen: «Seguimos hablando…»

O sea, que ha salido canto. Recuerdo que hace mucho tiempo en un pueblo de Sierra Morena había un titiritero, de Murcia creo, que en la plaza del pueblo rodeado de curiosos, mucha pana por cierto, hacía de las suyas. Y era eso, echar una moneda al aire y dejarla caer a las piedras del suelo y que de una forma, yo diría que in-ve-ro-si-mil, quedaba, eso, de canto. ¿Cómo lo hacia? Quizá por una trampa magnética o quizá tenía la fuerza que para eso se necesita, o sea, magia buena, de la que ya no hay, de la que ya no se lleva, aunque con lo de las elecciones les podría dar algunos casos.

Lo de Rosalía, caro , claro, pero bueno. Es eso, entre la cara y la cruz, el canto. Ahora acaba de sacar un disco nuevo, gracias niña, y a la par se convierte en fenómeno no usual, o sea, entre la cara y la cruz, el canto. Los flamencos grandes profundos dicen que es en lo suyo la mejor, pero que en lo del flamenco no hay vuelta de hoja.

Carmen Linares, sin duda, a la que tanto veo en el AVE y donde un día no hace mucho la vi apearse en Córdoba, gracias reina de lo jondo, que todavía, y a pesar de la copla, va y nos gusta tanto.

Luego, pues ya se sabe. Me dicen que Plácido Domingo ha dicho hace algunos días en un sitio concurrido: «Me queda por cantar en Córdoba, pero en la Mezquita, como en su día lo hizo la Caballé». Estos días, no sé si ayer u hoy mismo, canta el grande, el genio, en la Almudena de Madrid. Me viene a la memoria aquel día en el que Valerio Lazarov reunió a Julio Iglesias y a Plácido (fue un domingo plácido) a comer en aquel restaurante ruso de cerca de Central Park. Carísimo. Pero pagó Televisión Española. Yo estaba allí. Va y canta Julio, dulcemente, muy bien, finísimo. Y luego va y canta Plácido. Temblaron las arañas de cristal de la casa y se rompieron algunos platos de caviar que había sobre las mesas. Vale. Julio se sentó fulminado. Miró a Plácido, lo tomó de las manos y le dijo: «Cuéntame cómo eres capaz de hacer lo que haces».

Lo dicho, cara, cruz y canto. Incluso yo ando cerca, aunque a veces desafine, pero lo cierto es que canto, o, mejor dicho, aunque suene lo mismo, cuento. Y les digo. Que se ha vendido mucha Córdoba en la Feria del Libro.

Vale, pues que me alegra no saben cuánto lo de la avenida del Flamenco, aunque a lo peor la gente sigue siempre llamando a la calle por su nombre viejo, de todas formas, que hay que acertar en eso…

Y me viene a la memoria aquel día, no sé el motivo ahora mismo, que entrevisté en su despacho al alcalde Cruz Conde, que era un señor de los pies a la cabeza, y que creo que ahora está también en duda su nombre.

Saben ustedes que en la vieja casa de Sierra Morena de Aurelio Teno, cerca del árbol de la mora, cuando en ella vivía el escultor ahí cerca de Villaharta, pues el genio me confesó: «Que sepas que has dormido esta noche en la cama que el rey Alfonso XIII le regalo a la Chelito».

A propósito. Yo entrevisté a Consuelo Portella, aquella dama del erotismo, que cantaba la pulga en el escenario, y a la que yo entrevisté en su día, otra de las monedas de la memoria que caen de canto.

Me dio un sobre y un beso de despedida. Total, era la Chelito, que dicen era amante del rey Alfonso XIII, una de ellas, porque en eso el viejo rey era un pluriempleado, y servidor al llegar al entresuelo abrió el sobre. Y tenía cien pesetas de aquellas de entonces, y este soldado de las Españas de hace exactamente más de sesenta años, con más hambre que un perro chico, volvió a subir las escaleras, tocó el timbre de la Chelito, y entregó orgulloso y canino el sobre sin tocar un duro.

La verdad es que era otros tiempos. ¡Los de los tiempos de Flandes!