Cualquier cosa, cordobeses. Qué hermosa idea la del Festival de las Callejas. A mí siempre me gustaron. Tengo el alma nazarí, con briznas de sangre judía. Es natural que siempre, siempre, me sentí dentro de las callejas. Por eso aplaudo esa hermosa idea. Les cuento porqué. El alma de las callejas, sus esquinas... ¿es igual que decir que son lo mismo las plazas que las plazuelas o que las placetas? No. Cada definición tiene la pasión de la palabra. Yo conozco, por no decir que todas o casi todas, las geografías de las callejas del mundo entero. Casi todas las kasbah del mundo. La de Túnez, una belleza. Las de Trípoli. Las de Marruecos, donde vivía el gran Goytisolo. Las callejas mexicanas donde suenan los martillitos de los plateros, como en Córdoba. Aquella de Guanajuato, en México, donde el Museo del Quijote, cuna de la palabra, donde me hospedé en la calle del Beso, porque podían de ventana a ventana, una en cada lado de la calle, darse un beso, reja con reja. Si bien sin darse la lengua, que en el beso es tan necesario. Por eso la Calleja de las Flores, siendo tan estrecha es tan grande, la más ancha del mundo sin duda. La calleja donde yo vine al mundo, dicen, hace ya tanto tiempo, que yo no lo recuerdo, en Piñar, Granada, mi pueblo, al que cada día añoro más, y hecho más de menos. La calleja de Londres, llamada de los periodistas, que todavía huele a tinta de imprenta.

Por eso, lo de las callejas de Córdoba es tan hermoso, tan importante. Miren lo que les digo, hubo un tiempo, que muchos de ustedes no habían nacido siquiera, en que siempre que iba hasta Isla Negra a ver a Pablo Neruda, al final de Chile, cerca de Valparaíso, a aquella casa del poeta Premio Nobel, le llevaba siempre lo mismo. A saber. Una botella de anís de Rute, de las que tenían la forma de un torero, incluida la montera que era el tapón, claro. También una ristra de chorizo, por ejemplo, del sur siempre, que me costaba un esfuerzo sobrehumano pasarlo por la aduana de Santiago de Chile, que una vez tuve que acudir a un cónsul amigo para que pasara casi como valija diplomática. Hasta que me llevó hasta el pie del avión la Dea de Pinochet, porque sabían que... En fin, que me echaron. Pero también le llevaba una lista breve de nombres de los pueblos de España, que él coleccionaba. Le encantaba la música de su nombre, por ejemplo, es un decir, Bodas Blancas, Alcalá de los Gazules... Se trasponía. Como quien escucha música de la guitarra de Vicente Amigo. Bueno vale, perdonen por la memoria, que es mi pájaro en el hombro gracias a la cual sobrevivo. Así que ahora le llevaría los nombres de las callejas de Córdoba, que acabo de repasar en la doble página de nuestro periódico, que es una pasada. Gloria bendita. Se la leería entera al poeta inmenso. Y lo digo en tierra de poetas. Y sé que luego nos iríamos a comer tortilla de erizos del final del mundo, a casa de Antoñita, donde la gente iba a cenar solo por ver de cerca al poeta siempre con su gorrilla azul de náufrago.

¡La música de los nombres de las callejas! No quiero decir, escribir, siquiera una, para no ningunear a las otras. El mapa del tesoro del pirata de la geografía de las callejas. Los actos programados, geniales. Los cinco sentidos, incluida la cocina, donde huele el patio. Siempre me viene a la memoria, lo primero, el olor del patio de la casa. Y veo al maestro José, de la Judería, con su mandilón blanco, que me entregó la primera vez que fui y me dejó comer pescado emborrizado en el cuarto donde lucía Manolete de paisano. Tan elegante de calle como de torero en plaza. Bueno, pues me dio una tarjeta en la que decía.

-Besamelero mayor del marques del mérito.

Como les cuento. Pedí para él hace cincuenta años la Medalla del Trabajo, que a mí acaban de dármela como saben, si bien en mi caso inmerecidamente. Y se la dieron con todos los honores. Me pido, señor de la Casa de las Cabezas, el pasaporte que ofrecen a los que lo piden oficialmente. Mis méritos, mis amados callejeros, pues son solo estos, escribir de Córdoba siempre. Toda mi vida, como de una mujer amada, contar lo bueno de esa enorme ciudad. Callejas de Córdoba, benditas callejas. Y me permito advertirles, ahora que está de gran actualidad lo de la boda del hijo de los Alba, que el Duque sentó a su vera, a doña Alicia Koplowitz, en la comida del Palacio de Liria donde yo visité tantas veces a Cayetana. O sea, me atrevo a predecir que la próxima Duquesa de Alba, y si no al tiempo, será doña Alicia.

Y en el balcón, en la reja mejor escribo, de la política asomada, sonriente, valerosa, Susana Díaz, nuestra presidenta. Que quiere seguir en esa red de callejuelas, con tantas historias con patio dentro, que es la política. Suerte, niña de Triana. Callejas, callejas benditas de Córdoba.