-El terremoto de 2001 previo al accidente de Fukushima remueve la memoria del señor Watanabe, superviviente de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Así arranca su novela.

-Sí. La idea era escribir un libro con la forma de una onda expansiva. Del mismo modo que puede haber un epicentro, en apariencia lejano, que va transmitiendo su energía hasta llegar a la cocina de nuestra casa, en Fractura hay una historia que empieza lejos y se va poco a poco acercando hasta nosotros.

-En su historia, cuatro mujeres narran sus vidas y recuerdos de Watanabe a un periodista argentino.

-Hay una especie de periodista un tanto detectivesco que le gusta perseguir la vida de alguien a quien está investigando, pero lo curioso es que este sujeto, el protagonista de la novela, se niega a ser entrevistado por este periodista y el periodista tiene que reconstruir su vida sin contar con su testimonio. Así la novela pone en juego un cierto problema narrativo: cómo contar la vida de aquellos que no quieren hablar.

-En la novela refleja también la afinidad que siente Watanabe por el arte del kintsugi.

-A mí me conmovió mucho estudiar esa forma de artesanía japonesa que consiste en reparar los objetos subrayando el lugar por donde se rompieron, realzando esas grietas en lugar de ocultándolas. Y a mí me parece que eso nos propone un posible aprendizaje íntimo y social muy valioso, porque cada pieza que ha sido reparada de esa forma regresa al presente, vuelve a tener utilidad, construye su futuro a partir del reconocimiento de sus cicatrices.

-Las mujeres tienen un papel muy importante. De hecho, cuatro de los seis personajes son mujeres.

-A mí me fascinaba mucho la idea de construir cuatro voces femeninas muy distintas, cada una con su carácter, su cultura, incluso su idioma. Se juega que el lector tenga la sensación un tanto fantasmagórica de que por debajo esté escuchando otro idioma, como esos documentales donde alguien habla y se superpone un doblaje, pero tú aun así puedes intuir el idioma en que está hablando.

-Le atrae contar las diferentes maneras que tenemos de enamorarnos o de formar parejas a lo largo del tiempo. El amor a distintas edades.

-Así es. Claro, la maravilla de una novela es que puede acompañar a un personaje desde su infancia hasta su vejez. Y esto es lo que sucede en Fractura. En la novela no solamente se cuentan cuatro historias de amor, sino sobre todo cuatro fases en la vida amorosa de una persona.

-La idea de este libro nace con una pregunta que a raíz del terremoto de 2010 se hizo. ¿Cómo puede haber un hongo nuclear en un país que conoció la bomba atómica?

-Sí. O en otras palabras: ¿por qué tendemos a fundar sobre lo mismo que nos destruye? Cada país tiene su propia manera de recaer en sus fatalidades. La japonesa es esa. Nosotros tenemos otras. Me parecía interesante comparar.

-Para usted, hay tres fuerzas que no tienen patria: la energía, la economía y el amor. ¿Por ese orden?

-Jaja. Bueno, el amor es una energía que también requiere su gestión. Así que podría decir que la novela no solamente habla de esas tres fuerzas, sino de cómo se pueden aliar en una sola metáfora.

-La pasión de Watanabe por el ‘kintsugi’ resume bien la complejidad de la memoria. Le gustaría que su novela funcionara como metáfora de la memoria.

-Ojalá alguna vez alguno de mis libros tuviese la dignidad doliente, esa especie de optimismo trágico que tiene cada objeto reparado con el polvo de oro del kintsugi.