Aunque el cabello de ángel tiene mucho que ver, por no decir muchísimo, en lo que es la cocina cordobesa, hoy, con permiso de ustedes, que me perdonan tantas cosas desde hace tantos años, por lo que digo o no digo, me permiten que use lo del «caballo de ángel», que, aunque suena casi igual, es bien distinto. A ver. Hace años, cuando nos citábamos en Granada los días de Semana Santa, y era a la altura de la calle Mesones, por donde pasaban casi todas, concretábamos:

-¿A la altura del caballo?

-Exacto, si es que queda sitio.

Porque había un caballo disecado, del que pocos conocieron su historia. Yo tampoco. Así que ahora la memoria se me viene al recuerdo, y les cuento. Me escribe una carta un señor cordobés, de Sierra Morena, concretamente a la altura de Villaharta, a la que recuerdo tanto, tantísimo, y me hace saber. «No diga usted mi nombre, porque soy muy conocido por esta sierra, y quiero contar que me están disecando mi caballo de toda la vida, en el que mi padre me enseñó a montar y en el que yo estaba ya enseñando a montar a mi hijo…» La carta es larga, pero emocionante y escrita a mano, con bolígrafo. Me ha gustado tanto, que no he tenido mas remedio que, de alguna manera, titular este domingo de hoy de esta manera y forma, entre otras razones porque también el comunicante de su secreto me ha dado el nombre de su caballo. «Se llamaba Ángel, que en paz descanse». Pues más a mi favor y gracias por el título, amigo. Y me ciño al protagonista porque hay razones. Es curioso cómo la vida te riza el rizo.

Conocí, bastante, al expresidente de Perú, Alan García, que acaba de pegarse un tiro en Lima. Le llamaban Caballo loco, era grande, fuerte, con un punto revolucionario, cuando me recibió en el palacio virreinal, siendo presidente. Lo hizo bajo un retrato de Tupac Maru, el líder revolucionario que lideró la lucha contra los españoles. Y allí me dijo, entre otras cosas, que «sin el caballo español, y muchos cordobeses, no habría sido posible la conquista de Latinoamérica por ustedes los españoles». Y ahí aprendí yo lo del el caballito de paso, elegante, no muy grande, bonito, ágil, genial……

Valga este recuerdo del presidente en mi memoria que, por otro lado, la memoria digo, es de lo último que me queda. Eso sí, va y dice la Pantoja, antes de entrar en la isla. Y se lo ha dicho a mi hijo Tico Chao, subdirector de Hola, en su entrevista de hace unos días: «¡Ay si yo tuviera un caballo en ese lugar de Honduras!». Se va a meter en Honduras, podría valernos el refrán.

Es allí donde Cristóbal Colón, cuyo hijo tuvo novia en Córdoba, escribió aquello de «toda la noche escuchamos pasar pájaros...» Con lo que supieron, enseguida, que estaban cerca de tierra. En fin, la Pantoja, como cosa nuestra, va a ser la protagonista del verano, aunque no lleve bikini, que solo llevará bañador. Como sea, bienvenida, Pantoja, que tiene más valor que el Guerra, que ese sí que fue nuestro, pero nuestro, nuestro, que a veces veo cuando paso con el AVE las ruinas de la que fue su casa, según se viene a la derecha, y siempre se me va un suspiro.

Y a propósito. Finito, ya saben, va a sustituir -¿es sustituir el verbo?- a las corridas que ya tenía firmadas Ponce, que, poco a poco, mejora de su dura lesión en la rodilla. El caballo, el cabello, dos palabras tan cercanas. En la radio de esta mañana, escucho.

Aparte, vamos a ver. Se nos acaba de ir la Semana Santa, como quien dice «rezando bajo la lluvia», que era el otro título que tenía preparado. Pero, claro, no es un día de domingo, como hoy, día porque sí, también de peroles, peroles de resurrección. Gloria bendita del paladar. Como lo ha sido la mantilla en los días que se fueron. No es fácil colocarse la mantilla, leo que de las mejores «mantilleras» son las cordobesas, porque es magistral el saber hacerlo, con alfileres, incluso el tamaño de las mismas. Mi madre se puso una el día de mi boda, y de esa forma la recuerdo. Repaso documentos gráficos de estos días de la Semana Santa cordobesa, incluso son bellas las cordobesas debajo de los paraguas. Y con la mantilla puesta.

Claro que sí, la opinión en los periódicos, en todos los medios de estos días, de los La Hoz, arquitectos de primera, cordobeses de la raíz y el cartabón. Con motivo de ese fuego de la Catedral de Notre Dame, donde uno se retrató tantas veces, aunque siempre dijera aquello para salir del apuro. Y nosotros tenemos en Córdoba la nuestra, la Catedral Mezquita. Y se nos murió, ahí cerca, en Málaga, el maestro Manuel Alcántara, una columna del periodismo español, toda la vida escribiendo día a día. ¡Cuantas veces, en sus periódicos, escribió el nombre de Cordoba!

De izquierda a derecha, Alan García, Isabel Pantoja, Juan Serrano ‘Finito de Córdoba’ y Enrique Ponce.