Fue en Córdoba. En Córdoba tenía que ser una de las noches más hermosas de mi vida. Fue la noche del jueves al viernes, que como todos saben fue el Día de Andalucía. Fue una noche única para mí, porque tenía que recibir la medalla de oro del Real Círculo de la Amistad de nuestra Córdoba. Esa Córdoba que no se acaba, porque cada mañana empieza la Córdoba de ayer, culta y única; la de hoy, pujante a pesar de todo, a pesar de tanto, y, claro que sí, la mañana de mañana. Y yo, que me puse mi traje, el único que me queda, quizá con el que me hagan ceniza, del viejo sastre del viejo rey, que me han tenido que estrechar el calzón y el chaleco, que a veces ha sido antibalas, y que ahora es antibabas, por que además tengo una nueva nieta. En el ojal, mi medalla de Andalucía, la de hace ya algunos años y que solo me pongo en las ocasiones trascendentales. Esta, de esta noche que les cuento, era una sin duda, y volver a esa antigua casa hermosa, extraordinaria, donde he pasado tan buenos ratos. Medalla de oro del Círculo, perdón, del Real Círculo de la Amistad, en reconocimiento. Y por eso aquí quiero compartirlo con otras muchas ilustres personas, en una reunión brillantísima, excepcional, inolvidable. Con El perol por bandera, en el que llevo contando ya tantos años lo que pasa por el mundo que lleve la marca Córdoba. Por eso la medalla del jueves por la noche es más de ustedes que mía, porque El perol fue un gran protagonista. ¡Qué gente tan generosa, qué profunda voz de la sociedad cordobesa! Me gustaría llenar este Perol de hoy con los nombres de tantos a los que debo esta condecoración que ya adorna mi mesa. ¡Cuántas manos, cuántos abrazos verdaderos, cómo abrazan los cordobeses! Serio abrazo, de respeto y de cariño al mismo tiempo. Me gustó, me alegró, me emocionó encontrar amigos, más que amigos de toda la vida, como el matrimonio Carrillo, Rafael y María, que estaban allí no en vano. El Perol nace en la bodega de El Churrasco, y hay que darle a cada uno su reconocimiento. La crónica de este hecho, para mí i-nol-vi-dable, ya se ha contado con todo lujo de detalles. Fotógrafos, reporteros, qué batería de resplandores, qué gloria, Dios mío. Para el poco tiempo que me queda, me gustaría dar tantos nombres que me faltaría perol para guardarlos dentro.

Hablé como el viejo druida de la colina, los huesos rotos que no había mas que verme, y dije quizá más de lo que tenía que decir, pero lo dije de corazón, con la medalla ya dentro. ¡Cuánta Córdoba hay en mi vida aunque sea granadino, que lo sigo siendo y a mucha honra, por cierto! Los nombres, los apellidos, los apretones, de mano, cuánta hermosa mujer, en ese otoño magnífico de la verdad del amor, cuando ya el amor es la capacidad de aguante. El Real Círculo de la Amistad, gloria bendita de la ciudad califal, donde he vivido tantos y tan formidables días y noches, envuelto en ese perfume de la culta verdad de la calle y de la buena gente.

Total, que de tanto dar la mano, como voy afilando los dedos, resulta que perdí, y de pronto me di cuenta, el anillo de compromiso, el de boda, de aquel día del cincuenta y siete. Encontré desnuda mi mano, sin el referente, que acababa de perder y ¡en una noche como esa! Así que lo dije emocionado. Lo conté como quien cuenta un dolor, remediable porque, como dije, era Córdoba, tierra de plateros, que dicen que hasta en el cáliz divino, en el santo grial, hay una piedra preciosa de un platero cordobés.

Saludé, que ya tenía mucha gana, al presidente del Círculo Averroes, ese cordobés mundial, pero inmortal, que tanto hizo por el rumbo del mundo.

Pero... sí, de pronto, apareció mi anillo, se me había caído entre tanta efusiva gloria. «¿Dice, dentro, Rosa, 1957?». «Pues es el suyo, señor Medina, que ha tenido usted la suerte de encontrarlo». A poco me da un mareo, un jamacuco. Un no sé qué y me quedo allí mismo frito. Piensen conmigo, cordobeses, ¡cómo es posible que se escuche el tintinear sobre el mármol y la alfombra de una ligera pieza de tan pocos gramos! A poco lloro. Palabra.

Crónica la de hoy, que escribo en el viernes, Día de Andalucía, después de que Rufino el de Montilla me trajera entero y vivo, con el corazón averiado de tanta emoción junta, hasta Madrid. Perdonen que no estén sus nombres paisanos, como hermanos. El Perol tiene gran parte de culpa. Gracias, alcalde de Córdoba, que lo estás haciendo de lujo. Córdoba se lo merece e incluso lo necesita -dije quizá más de lo que tenía que haber dicho-. Me vine sin tomar una copa de Montilla-Moriles, ni una tapa de jamón de Los Pedroches, que está reconocido que es el mejor del mundo. Y lo del anillo...

¡Cosas que solo pasan en Córdoba! Gloria bendita.