El 3 de marzo del 2019 se cumplieron tres años de la muerte del hijo de Mª Carmen. Se llamaba José, Campoy para los amigos, tenía veinte años y falleció después de practicarle un trasplante que no pudo salvarle la vida. No salvó la suya, pero su madre se ha propuesto que la donación de órganos salve a otros y ha escrito un libro para poner su granito de arena. Se llama Pequeño gran hombre y el lunes lo presentará en La República de las Letras.

-¿Cuándo supo que estaba enfermo?

-Con 15 años le diagnosticaron una enfermedad rara, una neumonía lipoidea. Por su saturación de oxígeno vieron que algo no cuadraba y me dijeron que podía ser de pulmón o de corazón. Luego, le pusieron un tratamiento de protocolo unos meses hasta que me comunicaron que había que pensar en el trasplante. No conocían bien la enfermedad, ya que su caso era único en España.

-¿Hasta esa edad no dio la cara de ninguna forma?

-Estaba diagnosticado de asma bronquial, pero desgraciadamente fue un mal diagnóstico. Si se hubiera detectado antes, quizás se hubiera podido hacer algo, nunca lo sabremos.

-¿Cómo afrontó él la enfermedad?

-Pese a la edad que tenía, en plena adolescencia, era un niño muy adulto, por eso he elegido ese título para el libro. Le decepcionó más no poder ir al viaje de estudios que la propia enfermedad. Y aunque le costó un poco coger la máquina de oxígeno, nunca actuó como si estuviera enfermo, no se quejaba. Estuvo cuatro años en una lista de espera, pero la primera vez que lo llamaron para el trasplante no pudo ser. Tuvo la suerte de tener unos amigos espectaculares, nunca necesitó psicólogo porque ellos estuvieron con él hasta el final y después todos se han tatuado unos pulmones en alguna parte del cuerpo.

-En el hospital Reina Sofía se sometió a un trasplante. ¿Cómo fue?

-Lo derivaron a Córdoba después de una recaída, en estado crítico. A los 15 días lo desahuciaron, me dijeron que no se podía hacer nada pero yo quería que tuviera una oportunidad. Hablé con el equipo y cuando se restableció un poco lo metieron en Código 0. Al poco, llegaron unos pulmones, pero murió horas después de la operación, no llegó a despertarse. Me consuela pensar que se fue convencido de que se iba a recuperar, que luchó la batalla hasta el final.

-¿Cómo afectó a la familia?

-Me divorcié hace un año.

-¿Qué ha aprendido de su hijo?

-He aprendido de su fuerza, de su madurez, de su saber estar en todo momento, ha sido un niño que pese a ir con su mochila de oxígeno no lo paraba nadie, era siempre el alma de la fiesta. En lugar de lamentarse, él consolaba a quien estuviera mal, siempre estaba sonriendo. Era además una persona que no podía ver la injusticia, saltaba siempre en defensa de los débiles. La gente se dice huérfana de padres, pero yo me siento huérfana de mi hijo. Su fuerza fue mi constancia, como pongo en el libro.

-El libro está escrito en clave positiva. ¿Se puede sacar el humor entre tanto dolor?

-Hay que hacerlo. Yo tengo el corazón roto, pero siempre intento tener la sonrisa en la boca, no quería que fuera un libro triste porque él era un niño muy gracioso y tenía muchas anécdotas porque siempre sacaba la punta a lo que le pasaba.

-¿Él sabía que iba a escribir un libro?

-No, pero pensé que se lo debía.

-¿Qué mensaje lanza al mundo?

-Que nadie tire nunca la toalla, que luchen hasta el final porque merece la pena y que tenemos que ser conscientes de la importancia que tiene la donación de órganos porque, después de morir, no acabamos de irnos del todo si podemos vivir en otra persona.