Los convulsos horarios de los últimos años el Lunes Santo, especialmente en los que el paso por la Catedral se convertía en un objetivo de todas las cofradías, ya hicieron que la hermandad de Ánimas adelantara su horario de salida, con muchos dentro y fuera de la hermandad preocupados porque la estética del cortejo se viera minusvalorada por las horas del atardecer. Sin embargo, quien es cofrade de noche es cofrade de día (y viceversa), y nunca un atardecer en San Lorenzo se vio tan sobrecogido, a plena luz del día, con la sobriedad y todo lo que inspira el Remedio de Ánimas.

No pierde ni un ápice de seriedad ni de su abrumadora presencia el Cristo de Ánimas bajo el sol. Las campanas tocando a difuntos en San Lorenzo ya decían todo lo que había que decir, de día o de noche, como más adelante hacía el campanero de la basílica menor de San Pedro. Cuando se oyó la primera campanada, de nuevo desapareció el murmullo dando paso al silencio. Y es que con Ánimas hasta la música (con el Miserere gregoriano cantado por hermanos de la cofradía o el Stabat Mater, en el paso de la Virgen de La Tristezas), suena a sobrecogedor silencio. Y, por supuesto, se recordó mucho, muchísimo, al poeta Pablo García Baena. El silencio de Ánimas también fue parte del tributo a su legado.